Artículo Laura Knight-Jadczyk |
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¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA Y PORQUÉ?
Desde épocas tempranas Israel se componía de un número variable de
“estados-ciudades” (más parecidos a pueblos tribales), vagamente distinguibles,
y cuya población consistía de una mezcla de elementos de todas las áreas del
Mediterráneo. La ubicación específica de lo que propiamente se llamaba Israel
era una zona rural mas o menos atrasada que servía como una especie de
parachoques entre los civilizados sirios y los nómadas de Arabia. La “cultura”
de esta región era una mezcla de las avanzadas culturas que le rodeaban: la
egipcia, la asiria y la babilonia. Estos “estados-ciudades” se levantaron y
cayeron sucesivamente como resultado de constantes luchas internas. Un vistazo
retrospectivo sugiere que la adquisición de cualquier botín de guerra era visto
como algo más productivo que la agricultura misma. En otro sentido, esta
sucesión de pequeñas guerras era vista como el conflicto entre los dioses de
una tribu contra los dioses de otra. Como vamos a descubrir, este concepto
podría no estar alejado de la realidad.
¿Y qué hay acerca del Reino de David y de Salomón?
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Los libros de Samuel nos dicen que la unción de David, hijo de Jesé, como
rey de todas las tribus de Israel, fue la culminación de las promesas que
habían comenzado con el pacto entre Abraham y “Dios”. Solo que la primera
opción para el puesto había sido el flamante y heroico Saúl de la tribu de los
Benjamín, no obstante lo cual fue David el que se convirtió en el “héroe
popular” de la más antigua historia israelita.
La Biblia declara que los interminables relatos de alabanzas al Rey David
eran tan extendidos que no se entiende cómo, en caso de ser reales, no fueran
conocidos en el “mundo exterior” de Egipto, Grecia, Asiria y Babilonia. Pero,
como vamos a descubrir, quizás sí eran reales, solo que con un protagonista y
un título diferentes. La pregunta es: ¿cuáles versiones son las más exactas?
¿Se apropiaron los hebreos de esas historias para asimilarlas a su propia
“historia”, o fue más bien algo de su historia lo que fue tomado prestado por
las otras fuentes? Y en cualquier caso, ¿cuál es el verdadero entorno histórico
de esas historias? ¿Fueron acaso el resultado de la superposición de un mito
sobre una serie de eventos históricos reales? ¿O acaso se fabricó una serie de
eventos históricos tomando como base el mito?
De cualquier manera, así como Perseo dio muerte a la Gorgona y cortó su
cabeza, David también dio muerte y cortó la cabeza del gigante Goliat. Ambos portaban
“morrales”, y las “piedras” también jugaron un papel importante en ambas
historias. David fue “adoptado” por la corte real porque era un famoso arpista
y cantante a la manera de Orfeo. Como Hércules y otros héroes griegos, David
era un rebelde y un saqueador, y así como Paris robó a Helena, él también robó
a la mujer de otro: Betsabé. También conquistó la gran ciudadela de Jerusalén y
el vasto imperio que yacía más allá.
Las historias de Salomón, hijo de David y Betsabé y heredero del reino, nos
dicen que era el más sabio entre los reyes. También era el más grande entre los
constructores. Ellas hablan de lo brillante que era y de como sus decisiones se
tienen como un ejemplo a imitar a lo largo de las épocas. Su riqueza
sobrepasaba toda descripción, y en particular, sobresale su construcción del
Templo en Jerusalén.
Por milenios, los lectores de la Biblia han discutido acerca de los días de
David y Salomón en Israel como si las cosas hubieran ocurrido tal y como se
describen. Aún la gente que no profesa la fe cristiana acepta que el Templo de
Salomón existió, y el diseño de su construcción ha sido objeto de interminables
discusiones por parte de esoteristas de todas las épocas: montañas de libros,
leyendas y doctrinas secretas han tenido como base el fabuloso Templo de
Salomón. Peregrinos, cruzados, visionarios, e incluso muchos libros de la época
moderna acerca de los orígenes del hombre o de los orígenes del
Cristianismo, se han dedicado a propagar
fabulosas historias acerca de la magnificencia de la ciudad de David, el Templo
de Salomón, y los supuestos tesoros que contenía. La totalidad de nuestra
cultura occidental tiene un particular interés en validar todas esas historias.
¿Qué cosa haríamos con este enorme cúmulo de material literario, incluyendo
todas las enseñanzas masónicas y del campo de la Magia, si resultara ser que el
“Templo de Salomón” nunca existió?
Y es que ese parece ser el caso. Cuando menos, no hubo ningún Templo de
Salomón en los términos en que la Biblia lo describe.
Una de las primeras búsquedas arqueológicas en Palestina fue la de los
restos del Templo de Salomón y del gran imperio de David. Sería tedioso hacer
una reseña de las muchas empresas de excavación, los resultados concretos, las
suposiciones a que dieron pie, y las descabelladas declaraciones del tipo “¡He
encontrado la prueba su existencia!”, que luego fueron seguidas por sobrias
demostraciones científicas de que ese no era el caso. El lector que esté
interesado en adquirir un conocimiento más profundo de estos detalles es
conminado a leer el material que apoya ambas lados del argumento, para luego
considerar la evidencia científica existente y posiblemente llegar a las mismas
conclusiones a las que hemos llegado nosotros: El Reino de David y el Templo de
Salomón, tal y como aparecen descritos en la Biblia, nunca existieron.
A pesar de que se encontraron restos de una especie de “reino” en Megiddo,
Gezer y Hazor, posteriormente se determinó que este “imperio” correspondía a
algo completamente diferente de lo que inicialmente se supuso, como veremos
enseguida.
[i]
Lo importante,
sin embargo, es que el área de Judea, específicamente designada como “hogar” de
David y Salomón, estaba “conspicuamente subdesarrollada” durante la época del
supuesto imperio de Salomón. Los hechos demuestran que la cultura de esta
región era extremadamente simple. Con base en la evidencia desenterrada a punta
de azadón, la tierra era de carácter rural, y no hay rastros de documentos
escritos, inscripciones, o señal alguna de la extendida alfabetización que
sería necesaria para el funcionamiento de una monarquía. Más aun, el área en
cuestión ni siquiera era homogénea. No existe evidencia de una cultura
unificada, ni tampoco de forma alguna de administración central. El área que se
extiende desde Jerusalén hacia el norte estaba densamente poblada, pero el área
hacia el sur de Jerusalén, la tierra en cuestión, estaba escasamente poblada
durante la época en que se supone vivieron David y Salomón. Es un hecho que
Jerusalén misma era poco más que una villa típica de las tierras altas.
Arqueológicamente no hay nada que se pueda decir acerca de David y Salomón, no
obstante lo cual la leyenda ha perdurado. ¿Porqué?
Hay algo importante que se debe tener en mente y es el hecho de que la
evidencia solamente apoya la gradual emergencia de un grupo distintivo en el
área de Canaán a fines del siglo decimotercero AC, no el súbito arribo de un
basto número de colonos israelitas. Y tal y como se ha apuntado, las gentes que
ya se encontraban presentes en la tierra que se ha designado como asiento del
gran reino de David y Salomón no estaban demasiado organizadas o “civilizadas”.
AHAB Y JEZABEL: ¿SALOMÓN Y SABA?
Los historiadores y arqueólogos bíblicos por largo tiempo han intentado
tomar al pie de la letra los relatos bíblicos acerca del ascenso y la caída de
una monarquía unificada. Han asumido la existencia de una unidad étnica
original y de un carácter distintivo del pueblo hebreo que se remonta a un
pasado remoto. Han dado por sentado que la monarquía de David y Salomón, así
como su trágico colapso, eran hechos específicos de la historia de Israel susceptibles de ser enmarcados dentro del
contexto de una época y una región: la de Palestina. Se ha asumido además que
los dos reinos de Judea e Israel originalmente habían sido uno solo, y que una
vez separados, habían ambos heredado las instituciones de la iglesia y el
estado completamente formadas. Se ha creído que a partir de ese momento se
habían visto envueltos en una competencia en condiciones de paridad.
Sin embargo un intenso trabajo arqueológico en el montañoso país de Israel
durante la década de los 80s puso en tela de duda todas esas ideas. De manera
curiosa, lo que los arqueólogos encontraron fue evidencia de tres oleadas de
actividad colonizadora. La primera fue entre el 3500 y el 2200 AC. La segunda
entre el 2000 y el 1550 AC, y la tercera entre el 1150 y el 900 AC. Reconocemos
estas ventanas por su previamente mencionada relación con posibles cataclismos.
[ii]
De cualquier manera, durante estos períodos de actividad colonizadora
durante los cuales arribaron pueblos nuevos que dejaron evidencia de una
distintiva norma cultural, los “reinos” del norte y del sur siempre parecieron
estar separados. El sistema de asentamientos del norte fue siempre denso y
presenta evidencia de una compleja jerarquía compuesta por sitios de población
distinguibles por su tamaño en grandes, medianos y pequeños, todos
estrechamente dependientes de la agricultura.
Por otra parte, el “reino” del sur, escasamente poblado, solamente
presentaba sitios pequeños, con
evidencia únicamente de poblaciones migratorias y pastorales. Entonces, justo
desde el principio tenemos la división entre un grupo agricultor y otro
pastoral.
Durante las primeras etapas de colonización, estas regiones norteñas y
sureñas estaban cada una dominadas por un centro que probablemente era el foco
de las actividades políticas, económicas, y con toda seguridad, también de las
actividades de culto. En el norte se trata del área más tarde ocupada por la
ciudad que la Biblia llama Tirzah. Esta se convirtió en la primera capital del
reino del norte. En el sur, el centro principal era Ai, localizado al noreste
de Jerusalén.
En la Edad de Bronce Intermedia tuvo lugar la segunda oleada de
colonización y de nuevo observamos que el norte era denso y agrícola mientras
que el sur estaba escasamente poblado, con pequeños asentamientos y abundante
evidencia de grupos pastorales nómadas. Pero a esa altura Jerusalén ya era el
principal centro de culto y de actividades económicas, una ciudad severamente
fortificada y con evidencias de ser parte del Imperio Hicso. Esto coincide con
el relato de Maneto acerca de la salida de los hicsos de Egipto para construir
una ciudad y un templo en Jerusalén. El único problema es que la fecha de dicha
construcción no sería la correcta: tendría que ser posterior a la
salida de los hicsos de Egipto, así que la mayoría de los arqueólogos asume que
existió una presencia hicsa en Canaán contemporáneamente a la presencia en
Egipto. Cerca de allí se encontraba Hebrón, también extensamente fortificada.
Hacia el norte, el centro de actividad se había trasladado a Shechem.
Aparentemente Shechem poseía considerables fortificaciones, así como un templo de gran tamaño.
En relación a este período particular de la historia, también existe
evidencia externa procedente de Egipto acerca de quién era quién. Está incluida
en los llamados “Textos de la Execración”, la versión egipcio del vudú. Los
egipcios solían escribir maldiciones en figurillas de arcilla en la forma de
sus enemigos que luego rompían en pedazos y procedían a enterrar de manera
ceremonial. La idea era, por supuesto, la destrucción simbólica del objeto de sus maldiciones. Lo
que es importante en cuanto a los Textos de la Execración es que nos dan una
clave de quienes consideraban los egipcios que constituía su mayor amenaza. Los
Textos de la Execración hacen mención de gran cantidad de ciudades costeras de
Canaán, pero solamente de dos centros de las tierras altas: Shechem y
Jerusalén. Teniendo en mente la probable relación que existía entre los hicsos
de Egipto y los cananitas de Palestina, podríamos imaginar una razón para que
los egipcios se sintieran tan hostiles hacia Shechem y Jerusalén. Pero el punto
importante es que los textos, que supuestamente se remontan cuando menos hasta
el 1630 AC, mencionan a Jerusalén, Shechem y Hazor, pero ninguno de ellos
menciona a Israel.
Otra inscripción egipcia que registra las aventuras de un general llamado
Khu-Sebek que supuestamente, cuando corría el siglo 19 AC, lideró la expedición
hacia las tierras altas cananitas, hace referencia a la “tierra de Shechem” y
la compara con Retenu, que es uno de
los nombres que los egipcios le daban a la totalidad de Canaán. Como detalle
interesante, los egipcios también se referían a los hicsos con el apelativo de
“príncipes de Retenu”. Esto nos
indica que ya en el 1800 AC existía una
entidad territorial en el norte de Canaán, y que uno de los centros más
importantes de este territorio era Shechem; indica además que en determinado
momento este centro de población ciertamente tuvo una estrecha relación con los
hicsos de Avaris, pero que no se trataba de Israel.
Las cartas de Tell el-Amarna confirman que hacia el final de este mismo
período había un territorio sureño que revestía cierta importancia para Egipto, y que dicho territorio tenía como
importante centro de población a Jerusalén. Una cierta cantidad entre esas
cartas se refieren a los gobernantes de estas dos ciudades: un rey llamado
Abdi-Heba que reinaba sobre Jerusalén, y un rey llamado Labayu que reinaba
sobre Shechem. Cada uno de ellos controlaba un territorio de alrededor de 2500
kilómetros cuadrados. Esta era el área de mayor tamaño a manos de un solo
gobernante desde que el resto de Canaán fuera dividido en pequeños
estados-ciudades. Notemos la curiosa similitud entre los nombres de estos
gobernantes y “Abraham” y “Labán”.
El problema, como señala Redford, es que “cuando uno se acerca a este
período de la historia, tiene la ominosa sensación de que hace falta una
importante página de la historia”. Y el hecho es que así es.
En resumidas cuentas: la evidencia arqueológica sugiere que a pesar de las
declaraciones bíblicas acerca de su enorme riqueza y gloria, Jerusalén era poco
más que una villa en la época que se le
asigna a David y Salomón. En el ínterin, durante este período de la “página
perdida de la historia”, la antigua ciudad fortificada ya hacía tiempo que
desapareció. En otras palabras, el reino del norte que se supone se había
“separado” del gobierno de Jerusalén, estaba en camino de convertirse en un
estado de importancia, mientras que Judea había retornado a la condición de una
mera estación de paso.
Al tiempo que las tierras altas del norte superaban el ritmo de crecimiento
de las del sur durante las tres oleadas de colonización, las ciudades costeras
dejaban a ambas rezagadas. Eran bulliciosas, prósperas, cosmopolitas y ricas.
Los arqueólogos creen que lo que posibilitó la independencia inicial de las
tierras altas fue el hecho de que el sistema de estados-ciudades de Canaán sufrió una serie de eventos catastróficos
muy destructivos hacia el final de la Tardía Edad de Bronce. No hay
consenso en cuanto a la causa de este “cataclismo”, sugiriéndose que
posiblemente fue el resultado de la invasión de los Pueblos Marítimos, u otro
factor similar. Ya hemos expuesto nuestra idea de que probablemente fue mucho
más que eso.
Lo que parece haber sucedido es que los estados-ciudades costeros,
recuperados del efecto de los “cataclismos”, habían sido reconstruidos y
prosperaban rápidamente cuando, de súbito
y en un período realmente corto, resultaron destruidos por segunda vez,
esta vez, supuestamente por efecto de ataques militares e incendios. Cualquiera
que fuera la causa, la destrucción fue tan extendida que las ciudades cananitas
de las planicies y las costas nunca pudieron recuperarse. Concretamente se cree
que el origen de toda esta destrucción fue la campaña de Shishak, fundador de
la duodécima Dinastía. Esta invasión aparece mencionada en la Biblia donde se
dice que “En el quinto año de Rehoboam,
Shishak, rey de Egipto marchó hacia Jerusalén; se apropió de los tesoros de la
casa del Señor, así como de los tesoros de la casa del rey, llevándose todo
consigo. También se apropió de los escudos de oro que Salomón había hecho.”
Shishak/Sheshonq comisionó la colocación de una inscripción triunfal en las
paredes del templo de Karnak para conmemorar el evento. Esta inscripción lista
los cerca de ciento cincuenta pueblos y villas que arrasó en su “marcha hacia
el mar”. Entre los objetivos de los egipcios se contaban las ciudades cananitas
de Rehov, Beth-Shean, Taanach y Megiddo. En esta última se encontró el
fragmento de una estela victoriosa que muestra el nombre de Shishak.
[iii]
Gruesas capas
de ceniza y la evidencia del colapso de los edificios son mudo testimonio de la
ira del Faraón que llevó a la súbita muerte del territorio cananita en la parte
final del siglo décimo AC. Existe poca evidencia de esta asalto a la región
montañosa del país, siendo las ciudades del valle de Jezreel el objetivo de la
campaña principal. En caso de haber habido un “Templo” saqueado por Shishak,
este no esaba en Jerusalén.
No obstante, se ha sugerido que este ataque de Shishak creó la oportunidad
para que los pueblos de las tierras altas se expandieran hacia las tierras bajas
al comienzo del siglo noveno. Mientras tanto, los registros arqueológicos
muestran que, lejos en el sur, Jerusalén continuó su existencia en forma de un
régimen de aldeas dispersas y de poblaciones pastorales.
Esto es lo que muestra la evidencia del azadón en el tiempo del supuesto
fin de la monarquía unificada, alrededor del 900 AC.
A principios del siglo noveno se levantaron centros de administración
regional en el reino del norte. Estaban profusamente fortificados y presentaban
lujosos y elaborados palacios. Estas ciudades incluían Megiddo, Jezreel y
Samaria. Solo hasta el sétimo siglo es que aparecen construcciones similares en el territorio del sur. Pero aún
cuando los métodos de construcción se trasladaron hacia el sur, los edificios
eran de menor tamaño y la calidad de la construcción era inferior.
En términos concisos, se podría decir que el reino del norte de Israel, que
se supone haber sido una especie de oveja negra que se separó del reino
unificado de David y Salomón en el sur, en realidad era ya un estado
completamente desarrollado, mientras Judea no pasaba de ser su pariente rural.
Pero, entre otros muchos dioses, Yahvé estaba presente en ambos reinos, y
es casi seguro que la gente de ambos reinos compartía historias similares
acerca de sus orígenes, si bien con versiones diferentes; es seguro también que
en ambos se hablaba un lenguaje similar. A la altura del siglo octavo AC ambos
también escribían con los mismos caracteres. El punto a resaltar, no obstante,
es que ambos reinos tenían una experiencia
diferente del mundo que les rodeaba. Sus características demográficas eran
diferentes. Su cultura era diferente. La manera en que ambos se relacionaban
con sus vecinos era diferente. El hecho es que en realidad ambas historias y
culturas eran diferentes.
La pregunta que quisiéramos formular es: ¿cuál es la razón de que la Biblia
cuente una historia de cisma y secesión entre Israel y Judea cuando está claro
que ni la arqueología ni los registros históricos de las fuentes externas dan
fe de que semejante evento haya tenido lugar? ¿Porqué es que de manera
sistemática se retrata a ambos reinos como si fueran los hijos gemelos de un
gran imperio que tenía su centro en Jerusalén? A no dudarlo, había una razón
para esta afirmación, como veremos muy pronto.
El hecho es que el primer gran rey de Israel fue Omri. La Biblia presenta
una historia bastante esquemática y confusa del primer período del Reino del
Norte luego de su supuesta defección del previo régimen unificado. El sórdido
relato de violencia y traición culmina con el suicidio del usurpador Zimri en
las llamas del palacio real de Tirzah. Omri, comandante del ejército, es
conminado por el pueblo a asumir el papel de rey, y como es natural, él accede.
No solamente fue una buena escogencia, sino que además la historia guarda una
curiosa similitud con la de selección de David, otro comandante militar, en
preferencia sobre los herederos de Saúl.
Omri construye para sí mismo una nueva capital en Samaria y planta los
cimientos de una dinastía. Luego de transcurridos doce años, su hijo Ahab
asciende al trono. Este arregla un ventajoso matrimonio con la hija del rey
fenicio Ethbaal, gobernante de Tiro, con lo que tenemos de nuevo una curiosa
similitud con la historia bíblica de Salomón y su amistad con “Hiram, rey de
Tiro”. ¿Acaso este Ethbaal fue el verdadero “Hiram”? De cualquier forma, Ahab
construyó magníficas ciudades y estableció uno de los ejércitos más poderosos
de la región. Conquistó los enormes territorios de Transjordania en el norte, e
Israel disfrutó de enorme riqueza y de importantes conexiones comerciales.
Finalmente, el reino de Israel hacía notar su presencia. Sin embargo el
carácter de este reino era marcadamente diferente al del pequeño reino de
Judea.
Ahab se cuenta entre los individuos más odiados en la totalidad de los
textos bíblicos. De acuerdo con el editor de la Biblia, lo que hizo para
merecer semejante animadversión fue cometer el más inicuo entre todos los
pecados bíblicos: introducir dioses extranjeros en Israel, y causar la muerte
de los sacerdotes y profetas de Yahvé. Como si fuera poco, lo hizo a instancias
de la malvada princesa fenicia con quien casó: Jezabel.
De manera bastante gráfica, la Biblia se explaya en los pecados de esta
famosa pareja. Sin embargo, es preciso anotar que los mismos pecados le fueron
atribuidos a Salomón, quien, no obstante, fue transformado en el monarca del
reino del sur y por tanto excusado de todas sus faltas, si bien Yahvé parecía
resuelto a castigar a toda su familia. Uno se queda con la desconcertante
sensación de que, en esencia, las historias de Omri y Ahab, y David y Salomón,
son las mismas. Jezabel fue objeto de particular odio por su especial severidad
con los profetas y sacerdotes de Yahvé. También se ha registrado la forma en
que el mismo Salomón expulsó a los sacerdotes de Shiloh, con lo que de nuevo
tenemos una conexión cruzada.
En la Biblia, los héroes de la historia de Omri y Ahab son Elías y Elisha,
con toda seguridad sacerdotes de Shiloh (hecho bastante significativo al que
retornaremos en breve), puesto que este es el sitio que se menciona como hogar
del profeta Ahijah en Reyes 1, 14:2. Se dice que en su confrontación con Ahab,
Elías produjo una gran demostración del poder de Yahvé, como resultado de la
cual la gente se abalanzó en contra de los sacerdotes del dios extranjero Baal
y les dio muerte en el arroyo de Kishon.
Como era natural, Jezabel montó en cólera, y Elías pensó que era tiempo de
“tocar retirada”. Se dirigió a las colinas, y en medio de la espesura del monte
Horeb habló con Dios, de la misma manera que Moisés también se supone que lo
hiciera. Yahvé pronunció una terrible profecía en contra de Ahab, pero
curiosamente le dio unas cuantas oportunidades más para redimirse, como se
desprende de sus subsiguientes victorias en contra de Ben-Hadad, rey de
Aram-Damasco. Al parecer, Yahvé estaría dispuesto a apaciguar su ira con tal de
que Ahab diera muerte a Ben-Hadad, pero en su lugar Ahab decidió pactar la paz,
y para ese efecto se redactó un tratado. Y así discurre la narrativa, con no
pocos vilipendios dirigidos hacia Ahab y Jezabel. Después de la muerte de Ahab,
Elisha ungió como rey a otro general del ejército, Jehu. Según parece, este
tipo era mucho más del agrado de Yahvé, y este último se aseguró de que Jezabel
sufriera una terrible muerte, lanzada desde una ventana y devorada por los
perros. Entonces Jehu mandó apresar a todos los hijos de Ahab (según las
cuentas, 70 en total), concebidos por varias esposas y concubinas, y los hizo
pasar por la espada: todas sus cabezas fueron apiladas en un solo montículo
justo a la entrada de la ciudad para inspirar terror y confianza en el nuevo
rey, así como en su patrocinador, Yahvé.
La Biblia dice que Jehu provocó la caída de los Omritas, pero existe
evidencia de que probablemente ese no fue el caso.
En 1993 se encontró una inscripción que se piensa fue producida por Hazael,
rey de Aram-Damasco. Ella indica que alrededor del 835 AC Hazael capturó la
ciudad de Dan, haciendo referencia a la “Casa de David”. Está claro que la
invasión de Hazael fue la que minó el poder del reino del norte. El texto de la
inscripción de Dan relaciona la muerte de Jehoran, hijo de Ahab y Jezabel, con
la victoria aramea. Hazael se jacta:
[Yo di muerte a Jeho]ram, hijo de [Ahab], rey de Israel,
así como a [Ahaz]iazu, hijo de [Jehoram, rey] de la Casa de David. Y también
torné [sus pueblos en ruinas] y traje la [desolación] a sus tierras.
Así es que hay mucha mayor probabilidad de que la violenta destrucción de
los palacios “Salomónicos”, de la cual por tanto tiempo se responsabilizó a la
invasión egipcia comandada por el Faraón Shishak a finales del siglo 10 AC, más
bien haya tenido lugar alrededor del 835, teniendo no a Jehu como protagonista,
sino a Hazael. Y así fue como tocó a su fin la dinastía Omrita.
Permítaseme enfatizar que Hazael se refiere a la dinastía Omrita como la
“Casa de David”. ¿Porqué? ¿Fue Omri, de hecho, el “Amado” de Yahvé? ¿O fue
originalmente la Casa del Amado objeto de los favores de otro “dios”?
De cualquier manera, podemos ver que la profecía de Elías resultó cumplida,
solo que a través de la alteración de los hechos a posteriori. Por supuesto que, tal y como podremos constatarlo,
un buen número de otras profecías de Yahvé solo resultaron “cumplidas” a
posteriori, durante la redacción de los textos bíblicos. La invasión de
Ben-Hadad, a quien Ahab se supone debería de haber matado (pero que salió
librado ante la decisión de este último de mostrarse magnánimo con él, cosa que
exacerbó la ira de Yahvé), realmente tuvo lugar mucho más tarde dentro de la
historia del reino del norte.
Así que una y otra vez encontramos, cuando quiera que nos molestamos en
eliminar los anacronismos y las inexactitudes históricas, que lo que nos queda
de la Biblia no es más que un tedioso relato de las amenazas de Yahvé, y el
cumplimiento de estas como parte de un diseño para establecer su estatus
de Dios Universal. Y se supone que uno
deba de hacerse de la vista gorda ante la constatación de que este proceso
incluye la alteración y distorsión de los hechos al punto que terminan por
perder su fisonomía original. Lo que nos muestra acerca de los Omritas la
evidencia del azadón, es que presidieron un gran reino durante lo que debió
haber sido una época de prosperidad general. Nos suministra, de hecho, un
modelo para el reino davídico y salomónico de Israel en todos los detalles excepto en lo tocante a la adoración de Yahvé.
Esa es la razón por la que fueron condenados por los escritores de la Biblia y
presentados bajo una luz totalmente desfavorable en la “nueva versión” de los
hechos que promovía a Yahvé como el dios que hiciera grande a Israel, y cuyos
favores, una vez retirados, habían forzado a esta a postrarse en completa humillación.
Los hechos demuestran todo lo contrario. Israel nunca consiguió nada
mientras fuera presidida por los sacerdotes de Yahvé, excepto constante
sufrimiento y exilio, todo a causa de gobernantes que no podían evitar que el
tiro les saliera por la culata, que practicaban una política de doble cara, y
que favorecían una postura de aislacionismo religioso y cultural. Los Omritas
fueron una familia de gobernantes militarmente poderosos que presidieron uno de
los estados más fuertes del Cercano Oriente en aquella época. No fue sino hasta
entonces cuando el resto del mundo se vio obligado a tomar a Israel en serio.
Una estela que data de esta época dice que “Omri fue el rey de Israel que
subyugó a Moab” (Moab era un estado vasallo de Israel). La estela continúa
relatando como Mesha, rey de Moab y responsable de la producción de dicha
estela, expandió su territorio en franca rebeldía contra Israel. Por Mesha nos
enteramos de que el reino de Israel consiguió extenderse mucho más hacia el
este y sur de su antiguo dominio circunscrito a la zona montañosa central.
Una y otra vez la Biblia resalta todos los desaciertos militares de los
Omritas, pero parece que fueron lo suficientemente competentes como para reunir
una fuerza militar que impresionó al gran rey asirio Shalmaneser III y lograr
enviarlo de vuelta a casa en rápida huida. Como es natural, Shalmaneser alardeó
de su victoria en lo que se llama la inscripción Monolítica, pero esta se
encontró en Nimrud, no en Israel, lo cual nos da testimonio de quién fue
realmente el que venció. La Biblia también menciona el sitio de Samaria a manos
del “ejército arameo”; está claro que se trataba del ejército asirio, y en esa
ocasión Israel se las agenció para resistir.
Los múltiples hallazgos arqueológicos en tierra palestina y que
inicialmente fueron proclamados a voz en cuello como evidencia de los reinos de
David y Salomón, posteriormente resultaron ser los proyectos de construcción de
Omri y Ahab. Así es que en caso de haber habido un David y un Salomón en
Israel, el crédito de haber establecido la primera monarquía completamente
desarrollada en Israel más bien corresponde a Omri y Ahab. Es evidente que los
proyectos de construcción de Omri requirieron de sofisticadas operaciones de
movimiento de tierra capaces de convertir un pequeño asentamiento a lo alto de
un colina en una fortaleza significativa. ¿De adónde provenían el poder y la
riqueza? ¿Qué fue lo que le permitió al reino del norte convertirse en el
estado Omrita? Con los limitados recursos del país montañoso, apenas
suficientes como para mantener pueblos y aldeas relativamente pequeños, ¿qué
fue lo que permitió nutrir esas posibilidades de expansión?
Bueno, como ya lo hemos apuntado, a fines del siglo 10 AC hubo una ola de
destrucción de las ciudades localizadas en las tierras bajas, previo a la
destrucción de los “palacios salomónicos”, y ahora se piensa que ello creó la
oportunidad para que un hombre fuerte con cerebro y ambición tomara las riendas
y creara un imperio. Ese hombre, aparentemente, fue Omri. Él no fue responsable
de la destrucción de los “filisteos”, acción que la Biblia le acredita a David,
pero ciertamente fue el hombre del momento que sabía cuando la fortuna le iba a
sonreír. Dio ímpetu a la expansión del pequeño país montañoso original hacia el
corazón del antiguo territorio cananita, que abarcó Megiddo, Hazor y Gezer. Se
extendió hasta los territorios de Siria y Transjordania y estableció un vasto y
diverso estado territorial que controlaba ricos terrenos dedicados a la
agricultura y gobernaba una ruta comercial internacional de gran tráfico. Aún
más significativo es que su territorio consistía en una sociedad multi-étnica,
y esta es otra de las razones por las cuales los autores de la Biblia lo
vilipendiaron.
Cuando el reino norteño de Israel anexó las tierras altas de Samaria a los
valles del norte, ello significó la incorporación de diversos ecosistemas que
incluían una población heterogénea. Es muy probable que los habitantes del
territorio central, correspondiente a las tierras altas, se hayan identificado
a sí mismos como israelitas, pero la gente de las tierras bajas, los valles,
era la población cananita indígena. Más hacia el norte se encontraban aquellos
de la etnia aramea. Hacia la costa Omri gobernaba pueblos que eran de origen
fenicio. La arqueología muestra que las raíces culturales de cada grupo eran
muy consistentes durante todo ese período, lo que indica que Omri aparentemente
respetó la diversidad cultural. La evidencia muestra una gran estabilidad en
los patrones de vida de los asentamientos, así que es seguro que Omri no trató
de forzar pautas nuevas sobre nadie; ni siquiera creencias religiosas. Él
realmente “unificó las tribus de Palestina”, aún cuando no se tratara, como
declara la Biblia, de los “hijos de Jacob” unificados bajo la guía divina de
Yahvé; lo cierto es que se trataba de una mezcla diversa y única. Y es muy
probable que esta unificación de diferentes grupos étnicos fuera el verdadero
evento histórico que más tarde fuera falsificado mediante el mito de las 12
tribus o supuestas familias descendientes de los hijos de Abraham. Parece que
esta diversidad misma fue el factor más importante que contribuyó al
crecimiento y expansión de la dinastía Omrita. Según los estimados, Israel
podría haber llegado a ser el estado más densamente poblado de todo el Levante.
Su único rival habría sido Aram-Damasco en el sur de Siria.
El ascenso al poder de Omri coincide con el renacimiento general del
comercio en al área del Mediterráneo oriental. Las ciudades portuarias de
Grecia, Chipre y Fenicia, estaban intensamente involucradas en comercio e
intercambios de todo tipo, y gracias a Omri Israel tomó parte en todo ello.
Había una fuerte influencia artística fenicia en la cultura de Israel,
evidencia de lo cual son los muchos jarrones de estilo ciprio-fenicio que
aparecen en los estratos arqueológicos. Esto no debería de parecer inusual
considerando el hecho de que Ahab casó con una princesa fenicia. Desde el punto
de vista conceptual y funcional, las ciudadelas Omritas se parecen a las de los
grandes estados-ciudades cananitas de la Tardía Edad de Bronce. Es posible
observar una continuidad cultural similar en lugares como Taanach, donde un
altar del siglo noveno AC presenta elaborados motivos alusivos a las
tradiciones cananitas de la época. Todo esto es muy interesante, pero nos crea
un problema. Desde la perspectiva arqueológica, no hay nada particularmente israelita en cuanto al reino del norte.
De hecho es únicamente en base al testimonio de la Biblia que nos enteramos de
la existencia de un reino de Israel escindido del imperio salomónico. El
verdadero carácter de la dinastía Omrita es el del poderío militar, los logros
arquitectónicos, la sofisticación gubernamental y la tolerancia cosmopolita. Pero todo lo que aprendemos de la Biblia es
lo mucho que Omri y Ahab eran odiados.
Obviamente, el autor bíblico se vio forzado a contar las “verdaderas”
historias de Omri, si bien estas ya había sido “mitificadas”, pero se esmeró en
distorsionar y viciar cada palabra de las mismas. Minimizó el poderío militar
con el ridículo y la recitación de los fracasos. Omitió las muchas victorias y
éxitos que necesariamente debieron haber tenido lugar, o de lo contrario la
dinastía no habría conseguido expandirse de la manera en que lo hizo. El autor
bíblico también ligó la opulencia de la dinastía a cosas como la idolatría y la
injusticia social; le imputó a la princesa fenicia los cargos de inclinación
por prácticas malvadas y adoración de falsos dioses. También historificó lo que
ya había sido mitificado, pero insertando sus propias alusiones negativas. En
resumidas cuentas, se esforzó en proyectar una imagen de la historia del Reino
del Norte que estaba plagada de pecado y degradación.
Pero la evidencia del azadón apunta en otra dirección.
Luego relata, el autor bíblico, los cuentos de la “Casa de David”, como si
se trataran de la posesión exclusiva del Reino del Sur, y ya hemos comenzado a
entender cual es la razón de esto: justificar el estatus de Yahvé como Dios
Único, como el dios de Israel.
LAS DIEZ TRIBUS PERDIDAS
Es un hecho que el reino que Omri construyó experimentó su caída en razón
de lo exitoso que era. Como reino independiente situado a la sombra del
poderoso imperio asirio, el norte de Israel parecía un tentador tesoro en
espera de ser saqueado.
En los reinados de los muchos reyes que siguieron a Ahab, Yahvé demuestra
ser altamente hipócrita en sus juicios, pero más bien deberíamos decir que la
pluma lo ha insertado dentro de la historia en el protagónico papel de causa
última de los éxitos o fracasos de los reyes. Si alguna de sus empresas tenía
éxito mientras se mostraban idólatras, era porque Yahvé había tenido
misericordia de la gente. Si aún siendo fieles a Yahvé resultaban ser un
fracaso político y causaban enorme sufrimiento al pueblo, era a causa de algún
pecado atribuido a sus antepasados. Las bendiciones divinas tenían un carácter
singularmente arbitrario. Con todo, aparentemente nunca le pasó por la mente a
los sacerdotes de Yahvé que, después de todo, quizás este no fuera la mejor
opción para un dios nacional.
De cualquier manera, luego de una racha de desaciertos reales o fallas de
Yahvé a la hora de cumplir sus promesas, un rey verdaderamente idiota asciende
al trono: Hosea.
Paralelamente, en ese mismo momento del siglo 8avo. AC, Shalmaneser V
asciende al trono de Asiria. Hosea se comprometió a ser el vasallo de
Shalmaneser, pero a espaldas suyas forma una alianza con Egipto. Su visión
política debe haber estado seriamente afectada de estrabismo, a la vez que
pareciera no haber estado restringido por un alto sentido de la ética, puesto
que primero hace una promesa y después reniega de ella. Recordemos que se
suponía que Egipto debía ser objeto de un odio enconado a causa del estado de
esclavitud al que sometió a los judíos, pero lo que observamos en forma
repetida es que este factor no parece haber entrado nunca en al mente de los
judíos durante ese período. Hosea apostaba a ganar el apoyo de Egipto en contra
de una revolución en contra de Asiria. Cuando Shalmaneser se enteró de esto,
tomó prisionero a Hosea, invadió lo que quedaba de Israel, sitió Samaria por
espacio de tres años, y una vez la hubo capturado, “se llevó consigo a los
israelitas hacia Asiria”, cuando menos a todos aquellos que no pudieron comprar
su libertad.
Después de causar el exilio de los israelitas, Asiria trajo gente desde
Babilonia, Cuthah, Avva, Hamath y Sepharvaim para establecerse en las ciudades
de Samaria y remplazar a los habitantes de Israel. No se ha registrado retorno
alguno de los habitantes originales, y a partir de este evento es que se crea
la leyenda de las Diez Tribus Perdidas de Israel.
Se ha declarado que estas tribus perdidas fueron a parar a lugares tan
distantes como la Gran Zimbabwe en África, México, Norte América, Persia,
Asia Central, China (los Chiang-Min de
Sichuan), y Japón
[iv]
. El Libro del Mormón discute extensamente sobre la presencia de las
tribus perdidas en Norte América. El problema es, por supuesto, comenzar
asumiendo que alguna vez existieron estas 12 tribus reales tal y como las describe la Biblia; es decir, originadas en los
hijos de un mismo padre, Jacob. Creo que a estas alturas el lector ya debe
haber caído en la cuenta de que no es posible que hayan existido estas diez
tribus porque, para comenzar, no hubo “tribus” como tales, cuando menos no en los términos en que la Biblia las
presenta.
La historia de José en Egipto (Génesis 37 al 50) es tan diferente en cuanto
a estilo y nivel de excelencia, que los académicos creen que se trata de una
composición literaria y no de un registro histórico. Comparte muchos aspectos
con otras tantas historias del mismo género originarias de Egipto y del Cercano
Oriente. El cambio de estilo que se observa al pasar de las breves e inconexas
secciones que tratan de la historia de Abraham, Isaac y Jacob, es bastante
inusual en otros sentidos también. La historia de José no demuestra interés alguno
en el pacto, las promesas, y los precedentes de los derechos de Israel o
cualquiera de los otros asuntos que tanto preocupan a los otros autores de las
historias anteriores. No hay encuentros con Yahvé/Jehová, ni ángeles, ni
ciudades voladas en pedazos; en pocas palabras, ninguno de los aspectos
distintivamente judíos.
De acuerdo al Génesis 45:11, el viaje de Jacob y su familia hacia Egipto
fue una medida de emergencia para sobrevivir a la hambruna. Otra versión
sugiere que la clara intención fue establecerse
permanentemente en Egipto. Esto nos sugiere que el relato ha sido tomada en
préstamo de la literatura del Medio Oriente para insertarlo dentro de la
narrativa de la Biblia como hecho histórico y, muy especialmente, como soporte
genealógico. Se ha presentado a la popular y ampliamente conocida historia de
José como explicación del origen de las diversas tribus que más tarde fueron
asimiladas en “un solo pueblo”. La historia de José trae a todos los “hijos de
Jacob” hasta Egipto donde viven todas sus vidas. Esto contradice de manera
directa y enfática las tradiciones de las tribus individuales. Por ejemplo, en
Génesis 38, Judá se casa, se establece y cría a su familia en Canaán; en
Génesis 46:21 Simeón casa con una cananita; en 1 Crónicas 6:20 Efraín muere en
Palestina; en 1 Crónicas 7:14 Manasseh casa con una aramea, y su hijo Machir se
dice estar en su hogar en Gilead tanto en Números 32:40 como en 1 Crónicas
2:21-22.
Otro elemento discordante en la historia de José es que los nombres
egipcios que menciona, Saphnathpane’ah
, Asenath
, Potiphar
, y Potipherah, son
todos nombres que pertenecen a la vigésima primera dinastía egipcia y eran
comunes entre los siglos 9 y 7 AC, durante el llamado período Kushita-Saite.
Además en Génesis 42:34 aparece el título arameo saris, procedente del akadio sa
resi, y que es propio de la administración persa de Egipto. Es decir, que
hay suficientes evidencias como para declarar un origen de la historia que se
remonta a los siglos 7 o 6, y los paralelos existentes con la historia de
Daniel en el exilio en Babilonia son muy numerosos.
Así que, una vez más, parece que la referencia a “los doce hijos de Jacob”
como progenitores de las doce tribus de Israel, es cuestionable, siendo lo más
apropiado pensar en estas últimas como en un grupo vagamente relacionado de
tribus sin conexión familiar específica, siendo la historia de Jacob en su
papel de padre un desarrollo a posteriori para servir de soporte o hilo
conector desde el punto de vista genealógico.
[i]
[ii]
Baillie, Mike, Exodus to Arthur
(“Desde el Éxodo hasta Arturo”); London: B.T. Batsford 1999.
[iii]
Desafortunadamente había sido
relegada a la pila de desechos del sitio arqueológico, así que es imposible
conocer su exacta procedencia.
[iv]
En japonés, koru significa congelar, mientras que el
vocablo hebreo kor significa frío.
Esto se ha tomado como prueba de que las “tribus perdidas” fueron a Japón, en
lugar de reconocer la solución obvia de que en determinado momento existió un
lenguaje proto-Nostrático a partir del cual descienden todos los demás.
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