Artículo
Laura Knight-Jadczyk
 
 

¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA Y PORQUÉ?

LA CASA DE DAVID
Extraído de
Historia Secreta del Mundo

Derechos Reservados 2001, ninguna parte de este texto puede ser copiado, almacenado, o reproducido por ningún motivo sin el consentimiento escrito de la autora.


 

Desde épocas tempranas Israel se componía de un número variable de “estados-ciudades” (más parecidos a pueblos tribales), vagamente distinguibles, y cuya población consistía de una mezcla de elementos de todas las áreas del Mediterráneo. La ubicación específica de lo que propiamente se llamaba Israel era una zona rural mas o menos atrasada que servía como una especie de parachoques entre los civilizados sirios y los nómadas de Arabia. La “cultura” de esta región era una mezcla de las avanzadas culturas que le rodeaban: la egipcia, la asiria y la babilonia. Estos “estados-ciudades” se levantaron y cayeron sucesivamente como resultado de constantes luchas internas. Un vistazo retrospectivo sugiere que la adquisición de cualquier botín de guerra era visto como algo más productivo que la agricultura misma. En otro sentido, esta sucesión de pequeñas guerras era vista como el conflicto entre los dioses de una tribu contra los dioses de otra. Como vamos a descubrir, este concepto podría no estar alejado de la realidad.

¿Y qué hay acerca del Reino de David y de Salomón?

   
 
 
 
 
 
 
 

 

HISTORIA SECRETA Y CONSPIRACIONES Artículos:

Nuevo! ¿Quién escribió la Biblia?
Nuevo! Schwaller de Lubicz y el Cuarto Reich
Nuevo! Oscuridad sobre el Tibet
La Verdadera Identidad de Fulcanelli y el Código DaVinci

Cointelpro Cósmico

¿Qué es el HAARP?

La Conspiración de la Puerta Cósmica Parte 1
La Conspiración de la Puerta Cósmica Parte 2
 
banner del foro
 
 
 
 
 
VIDEO: Ponerología Política
 
Ponerología
Señales de los Tiempos
 
El Experimento Cassiopaea
 

La serie de La Onda

Introducción
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9

Parte 10a
Parte 10b

Parte 10c
Parte 11a
Parte 11b
Parte 11c
Parte 11d
Parte 11e
Parte 11f

 
Aventuras Con Cassiopaea

Introducción
Parte 1
 
Serie La Búsqueda del Grial y El Destino del Hombre

Parte 1
 
quantum future physics
 

 

"Los desastres suponen ciclos en el ciclo de la experiencia humana [...] El ciclo humano refleja al ciclo de catástrofes. La Tierra se beneficia con una limpieza periódica. Es hora de prestar atención a los Signos. Se están incrementando. Se pueden incluso "sentir," si prestan atención."

 


"La vida es religión. Las experiencias de la vida reflejan cómo uno interactúa con Dios. Aquellos que están dormidos son aquellos de poca Fe en términos de su interacción con la creación. Algunas personas creen que el mundo existe para que ellos lo superen, lo ignoren o lo acallen. Para estos individuos, los mundos dejarán de existir. Se volverán exactamente aquello que le han dado a la vida. Serán simplemente un sueño en el "pasado." Las personas que prestan una rigurosa atención a la realidad objetiva, mirando hacia todas partes, pasarán a ser la realidad del "Futuro."

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Los libros de Samuel nos dicen que la unción de David, hijo de Jesé, como rey de todas las tribus de Israel, fue la culminación de las promesas que habían comenzado con el pacto entre Abraham y “Dios”. Solo que la primera opción para el puesto había sido el flamante y heroico Saúl de la tribu de los Benjamín, no obstante lo cual fue David el que se convirtió en el “héroe popular” de la más antigua historia israelita.

La Biblia declara que los interminables relatos de alabanzas al Rey David eran tan extendidos que no se entiende cómo, en caso de ser reales, no fueran conocidos en el “mundo exterior” de Egipto, Grecia, Asiria y Babilonia. Pero, como vamos a descubrir, quizás sí eran reales, solo que con un protagonista y un título diferentes. La pregunta es: ¿cuáles versiones son las más exactas? ¿Se apropiaron los hebreos de esas historias para asimilarlas a su propia “historia”, o fue más bien algo de su historia lo que fue tomado prestado por las otras fuentes? Y en cualquier caso, ¿cuál es el verdadero entorno histórico de esas historias? ¿Fueron acaso el resultado de la superposición de un mito sobre una serie de eventos históricos reales? ¿O acaso se fabricó una serie de eventos históricos tomando como base el mito?

De cualquier manera, así como Perseo dio muerte a la Gorgona y cortó su cabeza, David también dio muerte y cortó la cabeza del gigante Goliat. Ambos portaban “morrales”, y las “piedras” también jugaron un papel importante en ambas historias. David fue “adoptado” por la corte real porque era un famoso arpista y cantante a la manera de Orfeo. Como Hércules y otros héroes griegos, David era un rebelde y un saqueador, y así como Paris robó a Helena, él también robó a la mujer de otro: Betsabé. También conquistó la gran ciudadela de Jerusalén y el vasto imperio que yacía más allá.

Las historias de Salomón, hijo de David y Betsabé y heredero del reino, nos dicen que era el más sabio entre los reyes. También era el más grande entre los constructores. Ellas hablan de lo brillante que era y de como sus decisiones se tienen como un ejemplo a imitar a lo largo de las épocas. Su riqueza sobrepasaba toda descripción, y en particular, sobresale su construcción del Templo en Jerusalén.

Por milenios, los lectores de la Biblia han discutido acerca de los días de David y Salomón en Israel como si las cosas hubieran ocurrido tal y como se describen. Aún la gente que no profesa la fe cristiana acepta que el Templo de Salomón existió, y el diseño de su construcción ha sido objeto de interminables discusiones por parte de esoteristas de todas las épocas: montañas de libros, leyendas y doctrinas secretas han tenido como base el fabuloso Templo de Salomón. Peregrinos, cruzados, visionarios, e incluso muchos libros de la época moderna acerca de los orígenes del hombre o de los orígenes del Cristianismo,  se han dedicado a propagar fabulosas historias acerca de la magnificencia de la ciudad de David, el Templo de Salomón, y los supuestos tesoros que contenía. La totalidad de nuestra cultura occidental tiene un particular interés en validar todas esas historias. ¿Qué cosa haríamos con este enorme cúmulo de material literario, incluyendo todas las enseñanzas masónicas y del campo de la Magia, si resultara ser que el “Templo de Salomón” nunca existió?

Y es que ese parece ser el caso. Cuando menos, no hubo ningún Templo de Salomón en los términos en que la Biblia lo describe.

Una de las primeras búsquedas arqueológicas en Palestina fue la de los restos del Templo de Salomón y del gran imperio de David. Sería tedioso hacer una reseña de las muchas empresas de excavación, los resultados concretos, las suposiciones a que dieron pie, y las descabelladas declaraciones del tipo “¡He encontrado la prueba su existencia!”, que luego fueron seguidas por sobrias demostraciones científicas de que ese no era el caso. El lector que esté interesado en adquirir un conocimiento más profundo de estos detalles es conminado a leer el material que apoya ambas lados del argumento, para luego considerar la evidencia científica existente y posiblemente llegar a las mismas conclusiones a las que hemos llegado nosotros: El Reino de David y el Templo de Salomón, tal y como aparecen descritos en la Biblia, nunca existieron.

A pesar de que se encontraron restos de una especie de “reino” en Megiddo, Gezer y Hazor, posteriormente se determinó que este “imperio” correspondía a algo completamente diferente de lo que inicialmente se supuso, como veremos enseguida. [i] Lo importante, sin embargo, es que el área de Judea, específicamente designada como “hogar” de David y Salomón, estaba “conspicuamente subdesarrollada” durante la época del supuesto imperio de Salomón. Los hechos demuestran que la cultura de esta región era extremadamente simple. Con base en la evidencia desenterrada a punta de azadón, la tierra era de carácter rural, y no hay rastros de documentos escritos, inscripciones, o señal alguna de la extendida alfabetización que sería necesaria para el funcionamiento de una monarquía. Más aun, el área en cuestión ni siquiera era homogénea. No existe evidencia de una cultura unificada, ni tampoco de forma alguna de administración central. El área que se extiende desde Jerusalén hacia el norte estaba densamente poblada, pero el área hacia el sur de Jerusalén, la tierra en cuestión, estaba escasamente poblada durante la época en que se supone vivieron David y Salomón. Es un hecho que Jerusalén misma era poco más que una villa típica de las tierras altas. Arqueológicamente no hay nada que se pueda decir acerca de David y Salomón, no obstante lo cual la leyenda ha perdurado. ¿Porqué?

Hay algo importante que se debe tener en mente y es el hecho de que la evidencia solamente apoya la gradual emergencia de un grupo distintivo en el área de Canaán a fines del siglo decimotercero AC, no el súbito arribo de un basto número de colonos israelitas. Y tal y como se ha apuntado, las gentes que ya se encontraban presentes en la tierra que se ha designado como asiento del gran reino de David y Salomón no estaban demasiado organizadas o “civilizadas”.

AHAB Y JEZABEL: ¿SALOMÓN Y SABA?

Los historiadores y arqueólogos bíblicos por largo tiempo han intentado tomar al pie de la letra los relatos bíblicos acerca del ascenso y la caída de una monarquía unificada. Han asumido la existencia de una unidad étnica original y de un carácter distintivo del pueblo hebreo que se remonta a un pasado remoto. Han dado por sentado que la monarquía de David y Salomón, así como su trágico colapso, eran hechos específicos de la historia de Israel susceptibles de ser enmarcados dentro del contexto de una época y una región: la de Palestina. Se ha asumido además que los dos reinos de Judea e Israel originalmente habían sido uno solo, y que una vez separados, habían ambos heredado las instituciones de la iglesia y el estado completamente formadas. Se ha creído que a partir de ese momento se habían visto envueltos en una competencia en condiciones de paridad.

Sin embargo un intenso trabajo arqueológico en el montañoso país de Israel durante la década de los 80s puso en tela de duda todas esas ideas. De manera curiosa, lo que los arqueólogos encontraron fue evidencia de tres oleadas de actividad colonizadora. La primera fue entre el 3500 y el 2200 AC. La segunda entre el 2000 y el 1550 AC, y la tercera entre el 1150 y el 900 AC. Reconocemos estas ventanas por su previamente mencionada relación con posibles cataclismos. [ii]

De cualquier manera, durante estos períodos de actividad colonizadora durante los cuales arribaron pueblos nuevos que dejaron evidencia de una distintiva norma cultural, los “reinos” del norte y del sur siempre parecieron estar separados. El sistema de asentamientos del norte fue siempre denso y presenta evidencia de una compleja jerarquía compuesta por sitios de población distinguibles por su tamaño en grandes, medianos y pequeños, todos estrechamente dependientes de la agricultura.

Por otra parte, el “reino” del sur, escasamente poblado, solamente presentaba  sitios pequeños, con evidencia únicamente de poblaciones migratorias y pastorales. Entonces, justo desde el principio tenemos la división entre un grupo agricultor y otro pastoral.

Durante las primeras etapas de colonización, estas regiones norteñas y sureñas estaban cada una dominadas por un centro que probablemente era el foco de las actividades políticas, económicas, y con toda seguridad, también de las actividades de culto. En el norte se trata del área más tarde ocupada por la ciudad que la Biblia llama Tirzah. Esta se convirtió en la primera capital del reino del norte. En el sur, el centro principal era Ai, localizado al noreste de Jerusalén.

En la Edad de Bronce Intermedia tuvo lugar la segunda oleada de colonización y de nuevo observamos que el norte era denso y agrícola mientras que el sur estaba escasamente poblado, con pequeños asentamientos y abundante evidencia de grupos pastorales nómadas. Pero a esa altura Jerusalén ya era el principal centro de culto y de actividades económicas, una ciudad severamente fortificada y con evidencias de ser parte del Imperio Hicso. Esto coincide con el relato de Maneto acerca de la salida de los hicsos de Egipto para construir una ciudad y un templo en Jerusalén. El único problema es que la fecha de dicha construcción no sería la correcta:  tendría que ser posterior a la salida de los hicsos de Egipto, así que la mayoría de los arqueólogos asume que existió una presencia hicsa en Canaán contemporáneamente a la presencia en Egipto. Cerca de allí se encontraba Hebrón, también extensamente fortificada. Hacia el norte, el centro de actividad se había trasladado a Shechem. Aparentemente Shechem poseía considerables fortificaciones, así como un templo de gran tamaño.

En relación a este período particular de la historia, también existe evidencia externa procedente de Egipto acerca de quién era quién. Está incluida en los llamados “Textos de la Execración”, la versión egipcio del vudú. Los egipcios solían escribir maldiciones en figurillas de arcilla en la forma de sus enemigos que luego rompían en pedazos y procedían a enterrar de manera ceremonial. La idea era, por supuesto, la destrucción  simbólica del objeto de sus maldiciones. Lo que es importante en cuanto a los Textos de la Execración es que nos dan una clave de quienes consideraban los egipcios que constituía su mayor amenaza. Los Textos de la Execración hacen mención de gran cantidad de ciudades costeras de Canaán, pero solamente de dos centros de las tierras altas: Shechem y Jerusalén. Teniendo en mente la probable relación que existía entre los hicsos de Egipto y los cananitas de Palestina, podríamos imaginar una razón para que los egipcios se sintieran tan hostiles hacia Shechem y Jerusalén. Pero el punto importante es que los textos, que supuestamente se remontan cuando menos hasta el 1630 AC, mencionan a Jerusalén, Shechem y Hazor, pero ninguno de ellos menciona a Israel.

Otra inscripción egipcia que registra las aventuras de un general llamado Khu-Sebek que supuestamente, cuando corría el siglo 19 AC, lideró la expedición hacia las tierras altas cananitas, hace referencia a la “tierra de Shechem” y la compara con Retenu, que es uno de los nombres que los egipcios le daban a la totalidad de Canaán. Como detalle interesante, los egipcios también se referían a los hicsos con el apelativo de “príncipes de Retenu”. Esto nos indica que ya en el 1800 AC existía una entidad territorial en el norte de Canaán, y que uno de los centros más importantes de este territorio era Shechem; indica además que en determinado momento este centro de población ciertamente tuvo una estrecha relación con los hicsos de Avaris, pero que no se trataba de Israel.

Las cartas de Tell el-Amarna confirman que hacia el final de este mismo período había un territorio sureño que revestía cierta importancia para Egipto, y que dicho territorio tenía como importante centro de población a Jerusalén. Una cierta cantidad entre esas cartas se refieren a los gobernantes de estas dos ciudades: un rey llamado Abdi-Heba que reinaba sobre Jerusalén, y un rey llamado Labayu que reinaba sobre Shechem. Cada uno de ellos controlaba un territorio de alrededor de 2500 kilómetros cuadrados. Esta era el área de mayor tamaño a manos de un solo gobernante desde que el resto de Canaán fuera dividido en pequeños estados-ciudades. Notemos la curiosa similitud entre los nombres de estos gobernantes y “Abraham” y “Labán”.

El problema, como señala Redford, es que “cuando uno se acerca a este período de la historia, tiene la ominosa sensación de que hace falta una importante página de la historia”. Y el hecho es que así es.

En resumidas cuentas: la evidencia arqueológica sugiere que a pesar de las declaraciones bíblicas acerca de su enorme riqueza y gloria, Jerusalén era poco más que una villa en la época que se le asigna a David y Salomón. En el ínterin, durante este período de la “página perdida de la historia”, la antigua ciudad fortificada ya hacía tiempo que desapareció. En otras palabras, el reino del norte que se supone se había “separado” del gobierno de Jerusalén, estaba en camino de convertirse en un estado de importancia, mientras que Judea había retornado a la condición de una mera estación de paso.

Al tiempo que las tierras altas del norte superaban el ritmo de crecimiento de las del sur durante las tres oleadas de colonización, las ciudades costeras dejaban a ambas rezagadas. Eran bulliciosas, prósperas, cosmopolitas y ricas. Los arqueólogos creen que lo que posibilitó la independencia inicial de las tierras altas fue el hecho de que el sistema de estados-ciudades de Canaán sufrió una serie de eventos catastróficos muy destructivos hacia el final de la Tardía Edad de Bronce. No hay consenso en cuanto a la causa de este “cataclismo”, sugiriéndose que posiblemente fue el resultado de la invasión de los Pueblos Marítimos, u otro factor similar. Ya hemos expuesto nuestra idea de que probablemente fue mucho más que eso.

Lo que parece haber sucedido es que los estados-ciudades costeros, recuperados del efecto de los “cataclismos”, habían sido reconstruidos y prosperaban rápidamente cuando, de súbito y en un período realmente corto, resultaron destruidos por segunda vez, esta vez, supuestamente por efecto de ataques militares e incendios. Cualquiera que fuera la causa, la destrucción fue tan extendida que las ciudades cananitas de las planicies y las costas nunca pudieron recuperarse. Concretamente se cree que el origen de toda esta destrucción fue la campaña de Shishak, fundador de la duodécima Dinastía. Esta invasión aparece mencionada en la Biblia donde se dice que “En el quinto año de Rehoboam, Shishak, rey de Egipto marchó hacia Jerusalén; se apropió de los tesoros de la casa del Señor, así como de los tesoros de la casa del rey, llevándose todo consigo. También se apropió de los escudos de oro que Salomón había hecho.”

Shishak/Sheshonq comisionó la colocación de una inscripción triunfal en las paredes del templo de Karnak para conmemorar el evento. Esta inscripción lista los cerca de ciento cincuenta pueblos y villas que arrasó en su “marcha hacia el mar”. Entre los objetivos de los egipcios se contaban las ciudades cananitas de Rehov, Beth-Shean, Taanach y Megiddo. En esta última se encontró el fragmento de una estela victoriosa que muestra el nombre de Shishak. [iii] Gruesas capas de ceniza y la evidencia del colapso de los edificios son mudo testimonio de la ira del Faraón que llevó a la súbita muerte del territorio cananita en la parte final del siglo décimo AC. Existe poca evidencia de esta asalto a la región montañosa del país, siendo las ciudades del valle de Jezreel el objetivo de la campaña principal. En caso de haber habido un “Templo” saqueado por Shishak, este no esaba en Jerusalén.

No obstante, se ha sugerido que este ataque de Shishak creó la oportunidad para que los pueblos de las tierras altas se expandieran hacia las tierras bajas al comienzo del siglo noveno. Mientras tanto, los registros arqueológicos muestran que, lejos en el sur, Jerusalén continuó su existencia en forma de un régimen de aldeas dispersas y de poblaciones pastorales.

Esto es lo que muestra la evidencia del azadón en el tiempo del supuesto fin de la monarquía unificada, alrededor del 900 AC.

A principios del siglo noveno se levantaron centros de administración regional en el reino del norte. Estaban profusamente fortificados y presentaban lujosos y elaborados palacios. Estas ciudades incluían Megiddo, Jezreel y Samaria. Solo hasta el sétimo siglo es que aparecen construcciones similares en el territorio del sur. Pero aún cuando los métodos de construcción se trasladaron hacia el sur, los edificios eran de menor tamaño y la calidad de la construcción era inferior.

En términos concisos, se podría decir que el reino del norte de Israel, que se supone haber sido una especie de oveja negra que se separó del reino unificado de David y Salomón en el sur, en realidad era ya un estado completamente desarrollado, mientras Judea no pasaba de ser su pariente rural.

Pero, entre otros muchos dioses, Yahvé estaba presente en ambos reinos, y es casi seguro que la gente de ambos reinos compartía historias similares acerca de sus orígenes, si bien con versiones diferentes; es seguro también que en ambos se hablaba un lenguaje similar. A la altura del siglo octavo AC ambos también escribían con los mismos caracteres. El punto a resaltar, no obstante, es que ambos reinos tenían una experiencia diferente del mundo que les rodeaba. Sus características demográficas eran diferentes. Su cultura era diferente. La manera en que ambos se relacionaban con sus vecinos era diferente. El hecho es que en realidad ambas historias y culturas eran diferentes.

La pregunta que quisiéramos formular es: ¿cuál es la razón de que la Biblia cuente una historia de cisma y secesión entre Israel y Judea cuando está claro que ni la arqueología ni los registros históricos de las fuentes externas dan fe de que semejante evento haya tenido lugar? ¿Porqué es que de manera sistemática se retrata a ambos reinos como si fueran los hijos gemelos de un gran imperio que tenía su centro en Jerusalén? A no dudarlo, había una razón para esta afirmación, como veremos muy pronto.

El hecho es que el primer gran rey de Israel fue Omri. La Biblia presenta una historia bastante esquemática y confusa del primer período del Reino del Norte luego de su supuesta defección del previo régimen unificado. El sórdido relato de violencia y traición culmina con el suicidio del usurpador Zimri en las llamas del palacio real de Tirzah. Omri, comandante del ejército, es conminado por el pueblo a asumir el papel de rey, y como es natural, él accede. No solamente fue una buena escogencia, sino que además la historia guarda una curiosa similitud con la de selección de David, otro comandante militar, en preferencia sobre los herederos de Saúl.

Omri construye para sí mismo una nueva capital en Samaria y planta los cimientos de una dinastía. Luego de transcurridos doce años, su hijo Ahab asciende al trono. Este arregla un ventajoso matrimonio con la hija del rey fenicio Ethbaal, gobernante de Tiro, con lo que tenemos de nuevo una curiosa similitud con la historia bíblica de Salomón y su amistad con “Hiram, rey de Tiro”. ¿Acaso este Ethbaal fue el verdadero “Hiram”? De cualquier forma, Ahab construyó magníficas ciudades y estableció uno de los ejércitos más poderosos de la región. Conquistó los enormes territorios de Transjordania en el norte, e Israel disfrutó de enorme riqueza y de importantes conexiones comerciales. Finalmente, el reino de Israel hacía notar su presencia. Sin embargo el carácter de este reino era marcadamente diferente al del pequeño reino de Judea.

Ahab se cuenta entre los individuos más odiados en la totalidad de los textos bíblicos. De acuerdo con el editor de la Biblia, lo que hizo para merecer semejante animadversión fue cometer el más inicuo entre todos los pecados bíblicos: introducir dioses extranjeros en Israel, y causar la muerte de los sacerdotes y profetas de Yahvé. Como si fuera poco, lo hizo a instancias de la malvada princesa fenicia con quien casó: Jezabel.

De manera bastante gráfica, la Biblia se explaya en los pecados de esta famosa pareja. Sin embargo, es preciso anotar que los mismos pecados le fueron atribuidos a Salomón, quien, no obstante, fue transformado en el monarca del reino del sur y por tanto excusado de todas sus faltas, si bien Yahvé parecía resuelto a castigar a toda su familia. Uno se queda con la desconcertante sensación de que, en esencia, las historias de Omri y Ahab, y David y Salomón, son las mismas. Jezabel fue objeto de particular odio por su especial severidad con los profetas y sacerdotes de Yahvé. También se ha registrado la forma en que el mismo Salomón expulsó a los sacerdotes de Shiloh, con lo que de nuevo tenemos una conexión cruzada.

En la Biblia, los héroes de la historia de Omri y Ahab son Elías y Elisha, con toda seguridad sacerdotes de Shiloh (hecho bastante significativo al que retornaremos en breve), puesto que este es el sitio que se menciona como hogar del profeta Ahijah en Reyes 1, 14:2. Se dice que en su confrontación con Ahab, Elías produjo una gran demostración del poder de Yahvé, como resultado de la cual la gente se abalanzó en contra de los sacerdotes del dios extranjero Baal y les dio muerte en el arroyo de Kishon.

Como era natural, Jezabel montó en cólera, y Elías pensó que era tiempo de “tocar retirada”. Se dirigió a las colinas, y en medio de la espesura del monte Horeb habló con Dios, de la misma manera que Moisés también se supone que lo hiciera. Yahvé pronunció una terrible profecía en contra de Ahab, pero curiosamente le dio unas cuantas oportunidades más para redimirse, como se desprende de sus subsiguientes victorias en contra de Ben-Hadad, rey de Aram-Damasco. Al parecer, Yahvé estaría dispuesto a apaciguar su ira con tal de que Ahab diera muerte a Ben-Hadad, pero en su lugar Ahab decidió pactar la paz, y para ese efecto se redactó un tratado. Y así discurre la narrativa, con no pocos vilipendios dirigidos hacia Ahab y Jezabel. Después de la muerte de Ahab, Elisha ungió como rey a otro general del ejército, Jehu. Según parece, este tipo era mucho más del agrado de Yahvé, y este último se aseguró de que Jezabel sufriera una terrible muerte, lanzada desde una ventana y devorada por los perros. Entonces Jehu mandó apresar a todos los hijos de Ahab (según las cuentas, 70 en total), concebidos por varias esposas y concubinas, y los hizo pasar por la espada: todas sus cabezas fueron apiladas en un solo montículo justo a la entrada de la ciudad para inspirar terror y confianza en el nuevo rey, así como en su patrocinador, Yahvé.

La Biblia dice que Jehu provocó la caída de los Omritas, pero existe evidencia de que probablemente ese no fue el caso.

En 1993 se encontró una inscripción que se piensa fue producida por Hazael, rey de Aram-Damasco. Ella indica que alrededor del 835 AC Hazael capturó la ciudad de Dan, haciendo referencia a la “Casa de David”. Está claro que la invasión de Hazael fue la que minó el poder del reino del norte. El texto de la inscripción de Dan relaciona la muerte de Jehoran, hijo de Ahab y Jezabel, con la victoria aramea. Hazael se jacta:

[Yo di muerte a Jeho]ram, hijo de [Ahab], rey de Israel, así como a [Ahaz]iazu, hijo de [Jehoram, rey] de la Casa de David. Y también torné [sus pueblos en ruinas] y traje la [desolación] a sus tierras.

Así es que hay mucha mayor probabilidad de que la violenta destrucción de los palacios “Salomónicos”, de la cual por tanto tiempo se responsabilizó a la invasión egipcia comandada por el Faraón Shishak a finales del siglo 10 AC, más bien haya tenido lugar alrededor del 835, teniendo no a Jehu como protagonista, sino a Hazael. Y así fue como tocó a su fin la dinastía Omrita.

Permítaseme enfatizar que Hazael se refiere a la dinastía Omrita como la “Casa de David”. ¿Porqué? ¿Fue Omri, de hecho, el “Amado” de Yahvé? ¿O fue originalmente la Casa del Amado objeto de los favores de otro “dios”?

De cualquier manera, podemos ver que la profecía de Elías resultó cumplida, solo que a través de la alteración de los hechos a posteriori. Por supuesto que, tal y como podremos constatarlo, un buen número de otras profecías de Yahvé solo resultaron “cumplidas” a posteriori, durante la redacción de los textos bíblicos. La invasión de Ben-Hadad, a quien Ahab se supone debería de haber matado (pero que salió librado ante la decisión de este último de mostrarse magnánimo con él, cosa que exacerbó la ira de Yahvé), realmente tuvo lugar mucho más tarde dentro de la historia del reino del norte.

Así que una y otra vez encontramos, cuando quiera que nos molestamos en eliminar los anacronismos y las inexactitudes históricas, que lo que nos queda de la Biblia no es más que un tedioso relato de las amenazas de Yahvé, y el cumplimiento de estas como parte de un diseño para establecer su estatus de  Dios Universal. Y se supone que uno deba de hacerse de la vista gorda ante la constatación de que este proceso incluye la alteración y distorsión de los hechos al punto que terminan por perder su fisonomía original. Lo que nos muestra acerca de los Omritas la evidencia del azadón, es que presidieron un gran reino durante lo que debió haber sido una época de prosperidad general. Nos suministra, de hecho, un modelo para el reino davídico y salomónico de Israel en todos los detalles excepto en lo tocante a la adoración de Yahvé. Esa es la razón por la que fueron condenados por los escritores de la Biblia y presentados bajo una luz totalmente desfavorable en la “nueva versión” de los hechos que promovía a Yahvé como el dios que hiciera grande a Israel, y cuyos favores, una vez retirados, habían forzado a esta a postrarse en completa  humillación.

Los hechos demuestran todo lo contrario. Israel nunca consiguió nada mientras fuera presidida por los sacerdotes de Yahvé, excepto constante sufrimiento y exilio, todo a causa de gobernantes que no podían evitar que el tiro les saliera por la culata, que practicaban una política de doble cara, y que favorecían una postura de aislacionismo religioso y cultural. Los Omritas fueron una familia de gobernantes militarmente poderosos que presidieron uno de los estados más fuertes del Cercano Oriente en aquella época. No fue sino hasta entonces cuando el resto del mundo se vio obligado a tomar a Israel en serio. Una estela que data de esta época dice que “Omri fue el rey de Israel que subyugó a Moab” (Moab era un estado vasallo de Israel). La estela continúa relatando como Mesha, rey de Moab y responsable de la producción de dicha estela, expandió su territorio en franca rebeldía contra Israel. Por Mesha nos enteramos de que el reino de Israel consiguió extenderse mucho más hacia el este y sur de su antiguo dominio circunscrito a la zona montañosa central.

Una y otra vez la Biblia resalta todos los desaciertos militares de los Omritas, pero parece que fueron lo suficientemente competentes como para reunir una fuerza militar que impresionó al gran rey asirio Shalmaneser III y lograr enviarlo de vuelta a casa en rápida huida. Como es natural, Shalmaneser alardeó de su victoria en lo que se llama la inscripción Monolítica, pero esta se encontró en Nimrud, no en Israel, lo cual nos da testimonio de quién fue realmente el que venció. La Biblia también menciona el sitio de Samaria a manos del “ejército arameo”; está claro que se trataba del ejército asirio, y en esa ocasión Israel se las agenció para resistir.

Los múltiples hallazgos arqueológicos en tierra palestina y que inicialmente fueron proclamados a voz en cuello como evidencia de los reinos de David y Salomón, posteriormente resultaron ser los proyectos de construcción de Omri y Ahab. Así es que en caso de haber habido un David y un Salomón en Israel, el crédito de haber establecido la primera monarquía completamente desarrollada en Israel más bien corresponde a Omri y Ahab. Es evidente que los proyectos de construcción de Omri requirieron de sofisticadas operaciones de movimiento de tierra capaces de convertir un pequeño asentamiento a lo alto de un colina en una fortaleza significativa. ¿De adónde provenían el poder y la riqueza? ¿Qué fue lo que le permitió al reino del norte convertirse en el estado Omrita? Con los limitados recursos del país montañoso, apenas suficientes como para mantener pueblos y aldeas relativamente pequeños, ¿qué fue lo que permitió nutrir esas posibilidades de expansión?

Bueno, como ya lo hemos apuntado, a fines del siglo 10 AC hubo una ola de destrucción de las ciudades localizadas en las tierras bajas, previo a la destrucción de los “palacios salomónicos”, y ahora se piensa que ello creó la oportunidad para que un hombre fuerte con cerebro y ambición tomara las riendas y creara un imperio. Ese hombre, aparentemente, fue Omri. Él no fue responsable de la destrucción de los “filisteos”, acción que la Biblia le acredita a David, pero ciertamente fue el hombre del momento que sabía cuando la fortuna le iba a sonreír. Dio ímpetu a la expansión del pequeño país montañoso original hacia el corazón del antiguo territorio cananita, que abarcó Megiddo, Hazor y Gezer. Se extendió hasta los territorios de Siria y Transjordania y estableció un vasto y diverso estado territorial que controlaba ricos terrenos dedicados a la agricultura y gobernaba una ruta comercial internacional de gran tráfico. Aún más significativo es que su territorio consistía en una sociedad multi-étnica, y esta es otra de las razones por las cuales los autores de la Biblia lo vilipendiaron.

Cuando el reino norteño de Israel anexó las tierras altas de Samaria a los valles del norte, ello significó la incorporación de diversos ecosistemas que incluían una población heterogénea. Es muy probable que los habitantes del territorio central, correspondiente a las tierras altas, se hayan identificado a sí mismos como israelitas, pero la gente de las tierras bajas, los valles, era la población cananita indígena. Más hacia el norte se encontraban aquellos de la etnia aramea. Hacia la costa Omri gobernaba pueblos que eran de origen fenicio. La arqueología muestra que las raíces culturales de cada grupo eran muy consistentes durante todo ese período, lo que indica que Omri aparentemente respetó la diversidad cultural. La evidencia muestra una gran estabilidad en los patrones de vida de los asentamientos, así que es seguro que Omri no trató de forzar pautas nuevas sobre nadie; ni siquiera creencias religiosas. Él realmente “unificó las tribus de Palestina”, aún cuando no se tratara, como declara la Biblia, de los “hijos de Jacob” unificados bajo la guía divina de Yahvé; lo cierto es que se trataba de una mezcla diversa y única. Y es muy probable que esta unificación de diferentes grupos étnicos fuera el verdadero evento histórico que más tarde fuera falsificado mediante el mito de las 12 tribus o supuestas familias descendientes de los hijos de Abraham. Parece que esta diversidad misma fue el factor más importante que contribuyó al crecimiento y expansión de la dinastía Omrita. Según los estimados, Israel podría haber llegado a ser el estado más densamente poblado de todo el Levante. Su único rival habría sido Aram-Damasco en el sur de Siria.

El ascenso al poder de Omri coincide con el renacimiento general del comercio en al área del Mediterráneo oriental. Las ciudades portuarias de Grecia, Chipre y Fenicia, estaban intensamente involucradas en comercio e intercambios de todo tipo, y gracias a Omri Israel tomó parte en todo ello. Había una fuerte influencia artística fenicia en la cultura de Israel, evidencia de lo cual son los muchos jarrones de estilo ciprio-fenicio que aparecen en los estratos arqueológicos. Esto no debería de parecer inusual considerando el hecho de que Ahab casó con una princesa fenicia. Desde el punto de vista conceptual y funcional, las ciudadelas Omritas se parecen a las de los grandes estados-ciudades cananitas de la Tardía Edad de Bronce. Es posible observar una continuidad cultural similar en lugares como Taanach, donde un altar del siglo noveno AC presenta elaborados motivos alusivos a las tradiciones cananitas de la época. Todo esto es muy interesante, pero nos crea un problema. Desde la perspectiva arqueológica, no hay nada particularmente israelita en cuanto al reino del norte. De hecho es únicamente en base al testimonio de la Biblia que nos enteramos de la existencia de un reino de Israel escindido del imperio salomónico. El verdadero carácter de la dinastía Omrita es el del poderío militar, los logros arquitectónicos, la sofisticación gubernamental y la tolerancia cosmopolita. Pero todo lo que aprendemos de la Biblia es lo mucho que Omri y Ahab eran odiados.

Obviamente, el autor bíblico se vio forzado a contar las “verdaderas” historias de Omri, si bien estas ya había sido “mitificadas”, pero se esmeró en distorsionar y viciar cada palabra de las mismas. Minimizó el poderío militar con el ridículo y la recitación de los fracasos. Omitió las muchas victorias y éxitos que necesariamente debieron haber tenido lugar, o de lo contrario la dinastía no habría conseguido expandirse de la manera en que lo hizo. El autor bíblico también ligó la opulencia de la dinastía a cosas como la idolatría y la injusticia social; le imputó a la princesa fenicia los cargos de inclinación por prácticas malvadas y adoración de falsos dioses. También historificó lo que ya había sido mitificado, pero insertando sus propias alusiones negativas. En resumidas cuentas, se esforzó en proyectar una imagen de la historia del Reino del Norte que estaba plagada de pecado y degradación.

Pero la evidencia del azadón apunta en otra dirección.

Luego relata, el autor bíblico, los cuentos de la “Casa de David”, como si se trataran de la posesión exclusiva del Reino del Sur, y ya hemos comenzado a entender cual es la razón de esto: justificar el estatus de Yahvé como Dios Único, como el dios de Israel.

LAS DIEZ TRIBUS PERDIDAS

Es un hecho que el reino que Omri construyó experimentó su caída en razón de lo exitoso que era. Como reino independiente situado a la sombra del poderoso imperio asirio, el norte de Israel parecía un tentador tesoro en espera de ser saqueado.

En los reinados de los muchos reyes que siguieron a Ahab, Yahvé demuestra ser altamente hipócrita en sus juicios, pero más bien deberíamos decir que la pluma lo ha insertado dentro de la historia en el protagónico papel de causa última de los éxitos o fracasos de los reyes. Si alguna de sus empresas tenía éxito mientras se mostraban idólatras, era porque Yahvé había tenido misericordia de la gente. Si aún siendo fieles a Yahvé resultaban ser un fracaso político y causaban enorme sufrimiento al pueblo, era a causa de algún pecado atribuido a sus antepasados. Las bendiciones divinas tenían un carácter singularmente arbitrario. Con todo, aparentemente nunca le pasó por la mente a los sacerdotes de Yahvé que, después de todo, quizás este no fuera la mejor opción para un dios nacional.

De cualquier manera, luego de una racha de desaciertos reales o fallas de Yahvé a la hora de cumplir sus promesas, un rey verdaderamente idiota asciende al trono: Hosea.

Paralelamente, en ese mismo momento del siglo 8avo. AC, Shalmaneser V asciende al trono de Asiria. Hosea se comprometió a ser el vasallo de Shalmaneser, pero a espaldas suyas forma una alianza con Egipto. Su visión política debe haber estado seriamente afectada de estrabismo, a la vez que pareciera no haber estado restringido por un alto sentido de la ética, puesto que primero hace una promesa y después reniega de ella. Recordemos que se suponía que Egipto debía ser objeto de un odio enconado a causa del estado de esclavitud al que sometió a los judíos, pero lo que observamos en forma repetida es que este factor no parece haber entrado nunca en al mente de los judíos durante ese período. Hosea apostaba a ganar el apoyo de Egipto en contra de una revolución en contra de Asiria. Cuando Shalmaneser se enteró de esto, tomó prisionero a Hosea, invadió lo que quedaba de Israel, sitió Samaria por espacio de tres años, y una vez la hubo capturado, “se llevó consigo a los israelitas hacia Asiria”, cuando menos a todos aquellos que no pudieron comprar su libertad.

Después de causar el exilio de los israelitas, Asiria trajo gente desde Babilonia, Cuthah, Avva, Hamath y Sepharvaim para establecerse en las ciudades de Samaria y remplazar a los habitantes de Israel. No se ha registrado retorno alguno de los habitantes originales, y a partir de este evento es que se crea la leyenda de las Diez Tribus Perdidas de Israel.

Se ha declarado que estas tribus perdidas fueron a parar a lugares tan distantes como la Gran Zimbabwe en África, México, Norte América, Persia, Asia  Central, China (los Chiang-Min de Sichuan), y Japón [iv] . El Libro del Mormón discute extensamente sobre la presencia de las tribus perdidas en Norte América. El problema es, por supuesto, comenzar asumiendo que alguna vez existieron estas 12 tribus reales tal y como las describe la Biblia; es decir, originadas en los hijos de un mismo padre, Jacob. Creo que a estas alturas el lector ya debe haber caído en la cuenta de que no es posible que hayan existido estas diez tribus porque, para comenzar, no hubo “tribus” como tales, cuando menos no en los términos en que la Biblia las presenta.

La historia de José en Egipto (Génesis 37 al 50) es tan diferente en cuanto a estilo y nivel de excelencia, que los académicos creen que se trata de una composición literaria y no de un registro histórico. Comparte muchos aspectos con otras tantas historias del mismo género originarias de Egipto y del Cercano Oriente. El cambio de estilo que se observa al pasar de las breves e inconexas secciones que tratan de la historia de Abraham, Isaac y Jacob, es bastante inusual en otros sentidos también. La historia de José no demuestra interés alguno en el pacto, las promesas, y los precedentes de los derechos de Israel o cualquiera de los otros asuntos que tanto preocupan a los otros autores de las historias anteriores. No hay encuentros con Yahvé/Jehová, ni ángeles, ni ciudades voladas en pedazos; en pocas palabras, ninguno de los aspectos distintivamente judíos.

De acuerdo al Génesis 45:11, el viaje de Jacob y su familia hacia Egipto fue una medida de emergencia para sobrevivir a la hambruna. Otra versión sugiere que la clara intención fue establecerse permanentemente en Egipto. Esto nos sugiere que el relato ha sido tomada en préstamo de la literatura del Medio Oriente para insertarlo dentro de la narrativa de la Biblia como hecho histórico y, muy especialmente, como soporte genealógico. Se ha presentado a la popular y ampliamente conocida historia de José como explicación del origen de las diversas tribus que más tarde fueron asimiladas en “un solo pueblo”. La historia de José trae a todos los “hijos de Jacob” hasta Egipto donde viven todas sus vidas. Esto contradice de manera directa y enfática las tradiciones de las tribus individuales. Por ejemplo, en Génesis 38, Judá se casa, se establece y cría a su familia en Canaán; en Génesis 46:21 Simeón casa con una cananita; en 1 Crónicas 6:20 Efraín muere en Palestina; en 1 Crónicas 7:14 Manasseh casa con una aramea, y su hijo Machir se dice estar en su hogar en Gilead tanto en Números 32:40 como en 1 Crónicas 2:21-22.

Otro elemento discordante en la historia de José es que los nombres egipcios que menciona, Saphnathpane’ah , Asenath , Potiphar , y Potipherah, son todos nombres que pertenecen a la vigésima primera dinastía egipcia y eran comunes entre los siglos 9 y 7 AC, durante el llamado período Kushita-Saite. Además en Génesis 42:34 aparece el título arameo saris, procedente del akadio sa resi, y que es propio de la administración persa de Egipto. Es decir, que hay suficientes evidencias como para declarar un origen de la historia que se remonta a los siglos 7 o 6, y los paralelos existentes con la historia de Daniel en el exilio en Babilonia son muy numerosos.

Así que, una vez más, parece que la referencia a “los doce hijos de Jacob” como progenitores de las doce tribus de Israel, es cuestionable, siendo lo más apropiado pensar en estas últimas como en un grupo vagamente relacionado de tribus sin conexión familiar específica, siendo la historia de Jacob en su papel de padre un desarrollo a posteriori para servir de soporte o hilo conector desde el punto de vista genealógico.

Continuar con la parte 3

 



[i] Finkelstein , Israel , y Silberstein, Neil Asher; The Bible Unearthed (“La Biblia Desenterrada”); New York : The Free Press 2001.

[ii] Baillie, Mike, Exodus to Arthur (“Desde el Éxodo hasta Arturo”); London: B.T. Batsford 1999.

[iii] Desafortunadamente había sido relegada a la pila de desechos del sitio arqueológico, así que es imposible conocer su exacta procedencia.

[iv] En japonés, koru significa congelar, mientras que el vocablo hebreo kor significa frío. Esto se ha tomado como prueba de que las “tribus perdidas” fueron a Japón, en lugar de reconocer la solución obvia de que en determinado momento existió un lenguaje proto-Nostrático a partir del cual descienden todos los demás.

 

 

 

Continuar a Parte 3

 


Los dueños y editores de estas páginas desean declarar que el material presentado aquí es producto de nuestra investigación y experimentación en la Comunicación Superluminal. A veces nos preguntamos si los Cassiopaeans son quiénes dicen ser, ya que no tomamos nada como una verdad incuestionable. Tomamos todo con pinzas, aún cuando consideramos que hay una buena posibilidad de que sea verdad. Analizamos constantemente este material, además de una gran cantidad de otro material que llega a nuestras manos desde numerosos campos de la ciencia y el misticismo. Francamente, nosotros no sabemos CUÁL es la verdad- pero creemos que está "Allí afuera" y, tal vez, si es posible, podamos encontrar alguna de sus partes. Sí, diremos que nuestras vidas se han visto enriquecidas por este contacto, pero también nos hemos sentido desconcertados y confundidos por algunos elementos que todavía necesitan clarificación. Sí que hemos descubierto muchas cosas, en la manera de "confirmación" y "corroboración" de varios otros campos inclusive científicos e históricos, pero hay también mucho material que, por su naturaleza, no se puede verificar. Así, invitamos al lector a compartir nuestra búsqueda de la Verdad, leyendo con una mente abierta pero escéptica.

Nosotros no alentamos las ideas producto del "devotismo" ni de "Verdad Única," pero sí alentamos la búsqueda del Conocimiento y de la Conciencia en todos campos de trabajo como la mejor manera de ser capaces de discernir las mentiras de la verdad. Lo único que podemos decirle al lector es esto: trabajamos muy duramente, durante muchas horas al día, y lo hemos hecho así durante muchos años, para descubrir la razón fundamental de nuestra existencia en la Tierra. Es nuestra vocación, nuestra búsqueda, nuestro trabajo. Buscamos constantemente validar y/o refinar lo que entendemos puede ser posible, probable o ambos. Hacemos esto con la sincera esperanza de que toda la humanidad se beneficiará, si no ahora, tal vez en algún punto de uno de nuestros futuros probables. .

Contacte al Webmaster en quantumfuture.net
Derecho de autr © 1997-2003 Arkadiusz, Jadczyk y Laura knight- Jadczyk. Todos lo derechos reservados. "Cassiopaea, Cassiopaean, Cassiopaeans," son marcas registradas por parte de Arkadiusz Jadczyk y Laura knight-Jadczyk. Las cartas dirigidas a Cassiopaea, Quantum Future School, Ark o Laura, pasan a ser propiedad de Arkadiusz Jadczyk y Laura Knight-Jadczyk. La re-publicación y re-distribución del contenido de esta pantalla o de cualquier porción de este sitio web en cualquier manera está expresamente prohibida sin el consentimiento escrito previo.