02-11-95 P: (L) Estábamos leyendo en Tertium Organum, de Ouspensky, acerca de las percepciones. ¿Era ésta una descripción más o menos exacta del estado de nuestras percepciones y el estado de las percepciones de la 2ª densidad? |
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Yo sé que muchos de ustedes se están preguntando acerca de la descripción de Ouspensky de las percepciones de la 2ª densidad que fue mencionada en una sección previa de esta serie porque me han escrito para preguntarme qué, exactamente, fue. Antes de entrar en la discusión Cassiopaeana aquí, quiero citar el fragmento que discutimos en la sesión porque el asunto va a salir otra vez en este segmento, y el lector querría estar familiarizado con lo que dice porque todo mundo parece querer saber exactamente qué es, y CÓMO es, que podemos estar viviendo en un mundo de tan ampliamente diferentes percepciones, y que éstas puedan tener tan profundo impacto en nosotros que es posible que vivamos y nos movamos entre seres que no podemos percibir. También está el asunto de cómo serían nuestras percepciones después de la “graduación” a la 4ª densidad, y esa es una pregunta que a todos nos gustaría contestar. Así que, quizá, en sus especulaciones en la materia, Ouspensky nos dio algunas pistas, aunque es bastante cierto que no estaban todas correctas. De hecho, Ark y yo hemos debatido bastante acerca de compartir o no este extracto debido a lo que él percibe como serios errores en los “argumentos científicos” de Ouspensky. Ark dice que no son científicos en lo absoluto debido a que Ouspensky hace saltos por medio de suposiciones y afirmaciones sin prueba. Eso puede ser cierto, pero el punto del fragmento era tener una ligera indicación acerca de cuáles deben de ser las diferencias entre la experiencia humana y animal del mundo a nuestro alrededor de modo que podamos tener un marco de referencia a partir del cual especular más. Mientras tanto, Ark estará preparando alguna información adicional acerca de algo del conocimiento actual en áreas en particular en relación con el tema que Ouspensky quizá nunca imaginó, o si lo hizo, no lo imaginó lo suficientemente grande, así que permanezcan sintonizados para eso. El extracto va a ser un poco largo, pero simplemente no pude ver cómo acortarlo sin perder algo importante. A pesar de que el lenguaje está un poquito “pasado”, debido a que fue escrito en los años 20s o antes, Ouspensky es bastante conciso y económico con sus palabras y hay muy pocas que son “extra”. Pero el resultado final será que, incluso para quienes no puedan salir y comprar el libro, habrá un buen entendimiento sobre lo que estamos hablando a partir de aquí en adelante cuando hablemos de “percepciones” de densidad. Y es esta idea de las diferencias la que quiero impartir, no necesariamente las especificidades que señala Ouspensky. Así que por favor léanlo todo incluso si no ven la relevancia en un principio, ¡y se sorprenderán sobre las ideas que comenzarán a aparecer¡ De Tertium Organum: La unidad básica de nuestra percepción es una sensación. Una sensación es un cambio elemental en el estado de nuestra vida interior, producido, o así nos parece, por algún cambio en el estado del mundo exterior en relación con nuestra vida interior, o por un cambio en nuestra vida interior en relación con el mundo exterior… Basta definir a una sensación como un cambio elemental en el estado de la vida interior, o sea, como el elemento, o la unidad básica de este cambio. Experimentando una sensación, suponemos que es, por decirlo así, un reflejo de algún género de cambio en el mundo externo. Las sensaciones que experimentamos dejan en nuestra memoria cierta huella. Al acumularse, los recuerdos de las sensaciones empiezan a mezclarse, en nuestra conciencia, en grupos de acuerdo con su semejanza, para asociarse, juntarse o contrastarse. Las sensaciones, experimentadas habitualmente en estrecha conexión entre sí, surgirán en nuestra memoria preservando la misma conexión. Y gradualmente, de los recuerdos de las sensaciones se forman las representaciones. Las representaciones, por decirlo así, son recuerdos agrupados de sensaciones. En la formación de las sensaciones, el agrupamiento de las sensaciones sigue dos direcciones claramente definidas. La primera dirección es de acuerdo con el carácter de las sensaciones: así, las sensaciones de color amarillo se vincularán con otras sensaciones de color amarillo, las sensaciones de gusto ácido, con otras sensaciones de gusto ácido. La segunda dirección es de acuerdo con el tiempo de recibir la sensación. Cuando un grupo, que forma una representación, contiene diferentes sensaciones experimentadas simultáneamente, el recuerdo de este grupo definido de sensaciones se atribuye a una causa común. La “causa común” se proyecta en el mundo externo, como el objeto; y se da por sentado que la representación dada refleja las propiedades reales de este objeto. Tal recuerdo agrupado constituye una representación, como, por ejemplo, la representación de un árbol: este árbol. En este grupo entra el color verde de las hojas, su olor, su sombra, el sonido del viento en las ramas, etc. Todas estas cosas, consideradas juntas, forman, por así decirlo, el foco de los rayos emitidos por nuestra mente y enfocados gradualmente sobre el objeto externo, que puede coincidir bien o mal con éste. En las otras complejidades de la vida mental, los recuerdos de las representaciones experimentan el mismo proceso que los recuerdos de las sensaciones. Al acumularse, los recuerdos de las representaciones o imágenes de la representación se asocian siguiendo los lineamientos más variados, se juntan, contrastan, forman grupos y, al final, dan origen a conceptos. Así, de las varias sensaciones experimentadas en diferentes épocas (en grupos), surge en un niño la representación de un árbol (este árbol), y luego, de las imágenes de representación de diferentes árboles se forma el concepto de un árbol, o sea, no de este árbol particular sino de un árbol en general. La formación de los conceptos conduce a la formación de palabras y a la aparición del lenguaje. El lenguaje consiste en palabras; cada palabra expresa un concepto. Un concepto y una palabra son realmente la misma cosa, sólo que uno (el concepto), por decirlo así, significa el aspecto interior, mientras que la otra (la palabra) significa el aspecto exterior. La palabra es el signo algebraico de una cosa. En nuestro lenguaje las palabras expresan conceptos o ideas. Las ideas son conceptos más amplios; no son un signo agrupado de representaciones similares, sino grupos que abarcan representaciones similares, sino grupos que abarcan representaciones distintas, o incluso grupos de conceptos. De esta manera una idea es un complejo o un concepto abstracto. En el momento presente, un hombre promedio, considerado como norma, tiene tres unidades de vida mental: sensación, representación y concepto. La observación nos muestra además que, en algunas personas, en ciertos momentos aparece, por decirlo así, una cuarta unidad de vida mental, que diferentes autores y escuelas llaman con distintos nombres, pero en la que el elemento de la percepción o el elemento de las ideas está siempre conectado con el elemento emocional. Si la idea de Kant es cierta, si el espacio con sus características es una propiedad de nuestra conciencia y no una propiedad del mundo externo, entonces la tridimensionalidad del mundo deberá depender, de algún modo, de la constitución de nuestro aparato mental. Concretamente, la cuestión puede plantearse de este modo: ¿Cuál es la relación de la extensión tridimensional del mundo con el hecho de que nuestro aparato mental contenga sensaciones, representaciones y conceptos, y que estén exactamente en este orden? Tenemos un aparato mental de este género y el mundo es tridimensional. ¿Cómo demostrar que la tridimensionalidad del mundo depende de esta particular constitución de nuestro aparato mental? Si pudiéramos alterar nuestro aparato mental y observar que el mundo alrededor de nosotros cambió con estas alteraciones, esto nos demostraría la dependencia de las propiedades del espacio respecto de las propiedades de nuestra mente. Si la forma de vida interior antes mencionada, que ahora aparece sólo accidentalmente dependiendo de algunas condiciones poco conocidas, pudiera traducirse como definida, precisa, obediente a nuestra voluntad como un concepto, y si, a través de esto, aumentase la cantidad de características del espacio, o sea, si el espacio, en vez de ser tridimensional, se volviera tetradimensional, esto confirmaría nuestra suposición y demostraría la idea de Kant de que el espacio con sus propiedades es la forma de nuestra percepción sensoria. Si pudiéramos reducir la cantidad de unidades de nuestra vida mental y deliberadamente nos despojáramos o despojáramos a algún otro hombre de conceptos, dejando que su mente o la nuestra funcionara mediante representaciones y sensaciones solamente; y si, a través de esto, disminuyera la cantidad de características del espacio que nos rodea, o sea, si para ese hombre el mundo fuera a convertirse en bidimensional en vez de tridimensional y, con una ulterior limitación de su aparato mental, o sea, despojándole de representaciones, fuera a convertirse en unidimensional, esto confirmaría nuestro supuesto y el pensamiento de Kant podría considerarse como demostrado. Así, la idea de Kant podría demostrarse experimentalmente si pudiéramos averiguar que para un ser que nada posee, salvo sensaciones, el mundo es unidimensional; para un ser que posee sensaciones y representaciones es bidimensional; y para un ser que posee, además de conceptos e ideas, también formas superiores de percepción, el mundo es tetradimensional. La proposición de Kant respecto al carácter subjetivo de la idea del espacio podría considerarse demostrada si: a) si para un ser que nada posee, salvo sensaciones, nuestro mundo entero con toda su variedad de formas apareciera como una sola línea; si el universo de este ser tuviera una sola dimensión, o sea, si este fuera unidimensional en virtud de las propiedades de percepción; y Más sucintamente, la proposición de Kant se demostraría si viéramos que para un sujeto dado la cantidad de características del mundo cambiara según el cambio de su aparato mental. No parece posible levar a cabo tal experimento de reducir las características mentales, pues no sabemos cómo restringir nuestro aparato mental o el de algún otro con los medios corrientes de que disponemos. Existen experimentos para aumentar las características mentales pero, por muchas razones diferentes, no son suficientemente convincentes. La principal razón es que un aumento de las facultades mentales produce en nuestro mundo interior tanta novedad, que esta novedad enmascara todos los cambios que tienen lugar simultáneamente en nuestras habituales percepciones del mundo. Sentimos lo nuevo pero no podemos definir exactamente la diferencia. Toda una serie de enseñanzas y doctrinas religiosas y filosóficas tienen como objeto declarado u oculto precisamente esta expansión de la conciencia. Este es el objeto de la mística en todos los tiempos y todas las religiones, el objeto del ocultismo, el objeto del Yoga Oriental. Pero la cuestión de la expansión de la conciencia exige un estudio especial. Entretanto, a fin de demostrar la afirmación expresada anteriormente acerca del cambio del mundo como resultado de un cambio de aparato mental, es suficiente examinar la hipótesis acerca de la posibilidad de una cantidad menor de características mentales. Si no sabemos cómo llevar a cabo experimentos en esta dirección, tal vez sea posible la observación. Debemos formularnos la pregunta: ¿Hay en el mundo seres cuya vida mental esté debajo de la nuestra en el sentido requerido? Tales seres, cuya vida mental está debajo de la nuestra, existen indudablemente. Son los animales. Sabemos poquísimo acerca de lo que constituye la diferencia entre los procesos mentales de un animal y los de un hombre; nuestra corriente psicología “conversacional” ignora esto por completo. Por regla general, negamos totalmente la existencia de razón en los animales, o, por el contrario, les atribuimos nuestra propia psicología, pero “limitada” - aunque no sabemos cómo y a qué respecto está limitada. Y luego decimos que un animal no tiene razón pero tiene instinto. Pero tenemos una idea muy nebulosa de lo que signifique instinto. Ahora estoy hablando no sólo de psicología popular sino también de psicología “científica”. Sin embargo, tratemos de examinar qué es el instinto y a qué se parece la mentalidad animal. En primer lugar, examinemos las acciones de un animal y determinemos de qué modo difieren de nosotros. Si son acciones instintivas, ¿qué significa esto? En los seres vivos distinguimos acciones reflejas, acciones instintivas, acciones racionales y acciones automáticas. Las acciones reflejas son simplemente respuestas por movimiento, reacciones ante irritaciones externas, que ocurren siempre de la misma manera, sin tener en cuenta su utilidad o su inutilidad, su conveniencia o inconveniencia en un caso dado. Su origen y sus leyes son el resultado de la simple irritabilidad de la célula. ¿Qué significa irritabilidad de la célula y cuáles son estas leyes? Con irritabilidad de la célula se significa la capacidad de ésta para responder mediante movimiento a las irritaciones externas. Experimentos con los más simples organismos unicelulares vivos demostraron que la irritabilidad es gobernada por leyes estrictamente definidas, La célula responde, mediante movimiento, a una irritación externa. La fuerza del movimiento de respuestas aumenta con el incremento de la fuerza de la irritación, pero no ha sido posible establecer la proporción exacta. A fin de provocar un movimiento de respuesta, la irritación deberá ser suficientemente fuerte. Toda irritación que se experimente deja cierta huella en la célula, tornándola más susceptible a ulteriores irritaciones. Esto lo demuestra el hecho de que, a una irritación repetida de fuerza igual, la célula responde con un movimiento más fuerte que la primera irritación. Y, si las irritaciones se repiten más, la célula responderá a ellas con un movimiento cada vez más fuerte, hasta cierto límite. Habiendo alcanzado este límite, la célula se cansa, por decirlo así, y empieza a responder a la misma irritación con reacciones cada vez más débiles. La célula parece acostumbrarse a la irritación. Ésta se convierte para la célula en parte de su medio circundante permanente y la célula cesa de reaccionar ante ella, pues sólo reacciona a los cambios en las condiciones permanentes. Si desde el principio mismo la irritación es demasiado débil para producir un movimiento de respuesta, deja aún cierta huella invisible en la célula. Esto lo demuestra el hecho de que, repitiendo irritaciones débiles, es posible hacer que la célula reaccione ante ellas. De esta manera, en las leyes de irritabilidad vemos lo que parece ser los rudimentos de las capacidades de la memoria, la fatiga y el hábito. La célula produce la ilusión de un ser, que, si no es conciente y racional, es por lo menos capaz de recordar, capaz de formar hábitos y de cansarse. Si una célula casi nos engaña, cuanto más fácil es que nos engañe un animal con su vida compleja. Pero volvamos a nuestro análisis de las acciones. Con acciones reflejas de un organismo se significan acciones en las que todo el organismo o sus partes separadas actúan como lo hace la célula, o sea, dentro de los límites de las leyes de irritabilidad. Observamos tales acciones en el hombre y en los animales. Un estremecimiento recorre a un hombre como resultado de un frío súbito o un contacto inesperado. Parpadea si algún objeto se le acerca o le toca rápidamente. Si un hombre se sienta con su pierna que cuelga flojamente, su pie se sacude hacia delante si se golpea el tendón inmediatamente debajo de la rodilla. Estos movimientos ocurren independientemente de la conciencia y pueden suceder incluso contra la conciencia. Por regla general, la conciencia los percibe como un hecho consumado. Y estos movimientos no es menester que sean inconvenientes. El pie se sacudirá hacia delante si se golpea el tendón aunque frente a aquél haya un cuchillo o fuego. Con acciones instintivas se significan las que son convenientes pero que se cumplen sin conciencia alguna de elección o de finalidad. Surgen con la aparición de una cualidad emocional en una sensación, o sea, desde el momento en el que la sensación de goce o dolor se conecta con la sensación. Y en realidad, antes de la aparición del intelecto humano, las “acciones” de todo el reino animal son gobernadas por la tendencia a obtener o retener el goce, o a evitar el dolor. Podemos decir con suma certidumbre que el instinto es goce-dolor que, como los polos positivo y negativo de un electroimán, rechaza y atrae a un animal en una dirección u otra, obligándole de esta manera a cumplir toda una serie de complicadas acciones, a veces tan convenientes que parecen concientes, y no sólo concientes, sino basadas en una presciencia del futuro que casi linda con la clarividencia, como la migración de las aves, la construcción de nidos para los polluelos que aún no nacieron, el hallazgo del rumbo Sur en el otoño y del Norte en la primavera, etc. Pero, en lo concreto, a todas estas acciones sólo las explica el instinto, o sea, la subordinación al goce-dolor. En el transcurso de periodos en los que miles de años pueden contarse como días, en todos los animales, a través de la selección, evolucionó un tipo que vive de acuerdo con esta subordinación. Esta subordinación es conveniente, o sea, sus resultados conducen al objeto requerido. Es muy claro porqué esto es así. Si la sensación de goce procediera de algo dañino, una especie dada no podría vivir y moriría pronto. El instinto es el factor-guía de su vida; pero sólo mientras el instinto es conveniente. Tan pronto cesa de ser conveniente, se convierte en el factor-guía de la muerte, y la especie muere muy pronto. Normalmente, “goce-dolor” es agradable y deseable no por la utilidad o el perjuicio que acarrea, sino como consecuencia de ello. Las influencias que se demostraron útiles para una especie dada durante su vida vegetal empiezan a experimentarse como agradables con la transición de la vida animal; las influencias dañinas se experimentan como desagradables. Una misma influencia – por ejemplo, cierta temperatura – puede ser útil y agradable para una especie y dañina y desagradable para otra. Por tanto, está claro que la subordinación a “goce-dolor” debe ser conveniente. Lo agradable es agradable porque es útil; lo desagradable es desagradable porque es dañino. La próxima etapa después de las acciones instintivas consiste en las acciones racionales y automáticas. Con acción racional se significa una acción que el sujeto actor conoce antes de que se cumpla – puede denominar, definir, explicar, y cuya causa y finalidad puede señalar – antes de que haya tenido lugar. Con acciones automáticas se significan acciones que fueron racionales para un sujeto dado pero que desde entonces se convirtieron en consuetudinarias e inconscientes a través de la repetición frecuente. Las acciones automáticas que los animales domésticos aprenden fueron previamente racionales, no en el animal sino en el domesticador. Tales acciones parecen a menudo muy racionales, pero esta es pura ilusión. El animal recuerda el orden de las acciones y así sus acciones parecen ser pensadas y convenientes. Y es cierto que fueron pensadas, pero no por él. A las acciones automáticas las crea el sujeto en el transcurso de su propia vida. Y, antes de volverse automáticas, deberán, durante largo tiempo, seguir siendo racionales para él o para otra persona. Las acciones instintivas se crean durante la vida de una especie y la capacidad para cumplirlas se transmite, en forma ya confeccionada, a través de la herencia. A las acciones automáticas se las puede llamar las acciones instintivas que un sujeto dado desarrolló para sí mismo. Las acciones instintivas no pueden llamarse acciones automáticas desarrolladas por una especie dada, porque nunca fueron racionales para distintos individuos de esa especie, sino que son el resultado de una compleja serie de reflejos. Los reflejos, los actos instintivos y los actos “racionales” pueden considerarse como si se reflejaran, o sea, como que no son independientes. Los primeros, los segundos y los terceros no provienen del hombre mismo sino del mundo externo. Un hombre es meramente una estación transmisora o transformadora de fuerzas; todas sus acciones pertenecientes a estas tres categorías son producidas por impresiones provenientes del mundo externo. En estos tres géneros de acciones, el hombre es en realidad un autómata, ya sea inconsciente o conciente de sus acciones. Nada proviene de él mismo. Solamente la suprema categoría de las acciones, o sea, las acciones concientes (que, hablando en general, no las observamos porque las confundimos con las acciones racionales, principalmente porque llamamos concientes a las acciones “racionales”) – sólo estas acciones dependen no sólo de las impresiones provenientes del mundo externo, sino también de algo más. Pero muy raramente se encuentra la capacidad para tales acciones y sólo poquísimas personas la tienen. Estas personas pueden definirse como el TIPO SUPERIOR DE HOMBRE. Habiendo establecido la diferencia entre las acciones, debemos volver ahora a la cuestión: ¿Cómo difiere el aparato mental de un animal del de un hombre? De las cuatro categorías de acciones, sólo las dos inferiores son accesibles a los animales. La categoría de las acciones “racionales” no es accesible a ellos. Esto lo demuestra, primero de todo, el hecho de que los animales no hablan como lo hacemos nosotros. Anteriormente se demostró que la posesión del lenguaje está conectada indisolublemente con la posesión de conceptos. En consecuencia, podemos decir que los animales no poseen conceptos. ¿Esto es cierto, y es posible la posesión de razón instintiva sin poseer conceptos? Todo lo que sabemos acerca de la razón instintiva nos dice que funciona mientras sólo posee representaciones y sensaciones, y en los niveles inferiores posee sólo sensaciones. El aparato mental que piensa por medio de representaciones debe ser idéntico a la razón instintiva que le permite efectuar esta selección entre las representaciones disponibles que, desde fuera, produce la impresión de razonar y extraer conclusiones. En realidad, un animal no piensa sus acciones, sino que vive por las emociones, obedeciendo a la emoción que es fortísima en un momento dado. Aunque es cierto que en la vida de un animal puede haber momentos muy críticos cuando se enfrenta con la necesidad de efectuar una selección de cierta serie de representaciones. En ese caso, en un momento dado, sus acciones pueden parecer razonadas. Por ejemplo, un animal, frente al peligro, a menudo actúa con sorprendente cautela e inteligencia. Pero en realidad, las acciones de un animal no son gobernadas por pensamientos sino principalmente por el recuerdo emocional y las representaciones motoras. Ya se ha demostrado que las emociones son convenientes y, en un ser normal, la obediencia a ellas debe ser también conveniente. En un animal, toda representación, toda imagen que se recuerde está conectada con alguna sensación emocional y algún recuerdo emocional; en la naturaleza de un animal no hay fríos pensamientos o imágenes inemocionales. O, si hay algunos, son inactivos, incapaces de moverlo a acción alguna. Así, todas las acciones de los animales, a veces muy complejas, convenientes y aparentemente racionales, pueden explicarse sin presumir la existencia de conceptos, razonamientos y conclusiones mentales en ellos. Por el contrario, debemos admitir que los animales no tienen conceptos. La prueba de ello es que no tienen lenguaje. Si tomamos a dos hombres de nacionalidades y razas distintas, ignorantes cada uno del idioma del otro, y los ponemos a vivir juntos, de inmediato encontrarán medios de comunicarse entre ellos. Uno dibujaría con su dedo un círculo, el otro dibujaría otro círculo junto al primero. Esto basta para establecer que pueden entenderse. Si un grueso muro de piedra fuera a separar a esas personas, esto tampoco los disuadiría. Uno golpearía tres veces; el otro también golpearía tres veces en respuesta: se establece la comunicación. La idea de comunicación con los habitantes de otro planeta se basa precisamente en el sistema de señales luminosas. Se propone fabricar en la tierra un enorme círculo o cuadrado luminoso. Se lo debería advertir en Marte o en algún sitio de allí y contestárselo con una señal parecida. Vivimos en contacto con los animales, pero somos incapaces de establecer con ellos tal comunicación. Evidentemente, la distancia entre nosotros es mayor, la diferencia es más profunda que entre personas separadas por ignorancia del idioma, muros de piedra y distancias enormes. Otra prueba de la ausencia de conceptos en un animal es su incapacidad para usar una palanca, o sea, su incapacidad de llegar independientemente a entender el significado y la acción de una palanca. El argumento habitual de que un animal no sabe cómo usar una palanca simplemente porque sus órganos – garras, etc. – no se adaptan a tales acciones, no soporta la crítica, porque a cualquier animal se le puede enseñar a usar una palanca. Esto significa que los órganos no tienen nada que ver con esto. La cosa es, sencillamente, que por sí mismo un animal no pede llegar a la idea de una palanca. La invención de una palanca separó de inmediato al hombre primitivo de los animales y se conectó inseparablemente con la aparición de los conceptos. El aspecto mental de entender la acción de una palanca radica en la construcción de un silogismo correcto. Sin construir mentalmente un silogismo es imposible entender la acción de una palanca. Sin conceptos es imposible construir un silogismo. En la esfera mental, un silogismo es literalmente la misma cosa que una palanca en la estera física. La aplicación de una palanca distingue al hombre del animal tan drásticamente como lo hace el lenguaje. Si algunos científicos marcianos fueran a estudiar a la tierra objetivamente a través de un telescopio, sin oír el lenguaje desde lejos ni entrar en el mundo objetivo de los habitantes de la tierra y sin contacto alguno con ella, dividirían en dos categorías a los seres vivos de la tierra: los familiarizados con la acción de una palanca y los no familiarizados con ésta. En su totalidad, la psicología de los animales es muy oscura para nosotros. La infinita cantidad de observaciones efectuadas acerca de todos los animales, desde elefantes hasta arañas, y la infinita cantidad de anécdotas acerca de la inteligencia, perspicacia y cualidades morales de los animales nada cambian a este respecto. A los animales los representamos como autómatas vivos o como seres humanos tontos. Estamos demasiado encerrados en el círculo de nuestra propia mentalidad. No tenemos idea de ninguna otra mentalidad e involuntariamente pensamos que el único género de mentalidad posible es el que poseemos. Pero esta es una ilusión que nos impide entender la vida. Si pudiéramos entrar en el mundo interior de un animal y entender cómo este percibe, entiende y actúa, veríamos muchas cosas extremadamente interesantes. Por ejemplo, si pudiéramos representarnos y volver a crear mentalmente la lógica del animal, eso nos ayudaría grandemente a entender nuestra propia lógica y las leyes de nuestro pensamiento. Sobre todo, entenderíamos el carácter condicional y relativo de nuestra idea total del mundo. Un animal debe tener una lógica peculiarísima. Por supuesto, no sería lógica en el verdadero sentido de la palabra, pues lógica presupone la existencia de logos, o sea, palabra o concepto. Nuestra lógica habitual, aquélla por la que vivimos, sin la cual “el zapatero no podrá fabricar zapatos”, puede prolongarse hasta el simple esquema formulado por Aristóteles en los escritos que publicaran sus discípulos bajo el título genérico de Organon, o sea, el “Instrumento” (del pensamiento). Este esquema consiste en los siguiente:
A no es no-A Todo es A o no-A
Lo que era no-A, será no-A. Todo era y será A o no-A.
Las fórmulas lógicas, las de Aristóteles y las de Bacon, se deducen simplemente de la observación de hechos y nada abarcan que no sea el contenido de estos hechos – y no pueden abarcar nada más. No son leyes del pensar sino meramente leyes del mundo externo como lo percibimos nosotros, o leyes de nuestra relación con el mundo externo. Si pudiéramos representar la “lógica” de un animal, entenderíamos su relación con el mundo externo. Nuestro error principal con respecto al mundo interior de un animal radica en que le atribuimos nuestra propia lógica. Pensamos que sólo hay una lógica, que nuestra lógica es algo absoluto, algo que existe fuera de nosotros y aparte de nosotros. Empero, de hecho, ella es meramente las leyes de la relación de nuestra vida interior con el mundo exterior o las leyes que nuestra mente hall en el mundo exterior. Una mente diferente hallará leyes diferentes. La primera diferencia entre nuestra lógica y la de una animal es que esta última no es general. Es una lógica particular en cada caso, para cada representación separada. Para los animales no existe clasificación según propiedades comunes, o sea, clases, variedades y especies. Cada objeto simple existe por sí, todas sus propiedades son propiedades específicas. Esta casa y aquella casa son para un animal objetos totalmente diferentes, porque una es su casa y la otra una casa ajena. Hablando genéricamente, reconocemos a los objetos por su semejanza; un animal deberá reconocerlos por su diferencia. Recuerda cada objeto por los signos que tuvieron para él mismo el máximo significado emocional. De esta forma, o sea, con las cualidades emocionales, se preservan las representaciones en la memoria de un animal. Es fácil ver que es mucho más difícil preservar tales representaciones en la memoria; consiguientemente, la memoria de un animal está mucho más cargada que la nuestra, aunque en la cantidad de conocimiento y el número de cosas preservadas en la memoria de un animal está muy debajo de nosotros. Una vez que vimos un objeto, lo relacionamos con cierta clase, variedad y especie, lo fijamos a uno u otro concepto, y lo conectamos en nuestra mente con una u otra “palabra”, o sea, con un signo algebraico, luego con otro, definiéndolo, y así sucesivamente. Un animal no tiene conceptos, no tiene el álgebra mental con cuya ayuda pensamos. Debe conocer un objeto dado y recordarlo con todas sus características y peculiaridades. Ni una sola característica que se olvide volverá. Pero, para nosotros, las principales características están implícitas en el concepto con el que hemos conectado el objeto dado, y podemos hallarlo en nuestra memoria por cualquiera de sus signos característicos. De esto resulta claro que la memoria de un animal está más cargada que la nuestra y que ésta es precisamente la causa principal que impide la evolución mental de un animal. Su mente está demasiado ocupada. No tiene tiempo para avanzar. Es posible detener el desarrollo mental de un niño haciéndole aprender de memoria series de palabras y figuras. Un animal está exactamente en la misma posición. Y esto explica el extraño hecho de que un animal sea más inteligente cuando es joven. La lógica de un animal, si intentamos expresarla en fórmulas parecidas a las de Aristóteles y Bacon, sería la siguiente: El animal entenderá la fórmula A es A. Dirá: yo soy yo, y así sucesivamente. Pero no entenderá la fórmula A no es no-A, pues no-A es un concepto. El animal dirá: Esto es esto. Aquello es aquello. Esto no es aquello. O, Este hombre es este hombre. Aquel hombre es aquel hombre. Este hombre no es aquel hombre. Más tarde tendré que volver a la lógica de los animales. Por el momento, sólo fue necesario establecer el hecho de que la psicología de los animales es muy característica y fundamentalmente diferente de la nuestra. Y no sólo es característica sino también muy variada. Entre los animales que conocemos, incluso entre los animales domésticos, las diferencias psicológicas son tan grandes como para ponerlos en niveles totalmente distintos. No advertimos esto y a todos los colocamos bajo un solo título: “animales”. Un ganso ha puesto su pata sobre un pedazo de cáscara de sandía, tironea de ella con su pico pero no la puede arrancar, y nunca se le ocurre alzar su pata de la cáscara. Esto significa que sus procesos mentales son tan vagos que tiene un conocimiento muy imperfecto de su propio cuerpo y no lo distingue apropiadamente de los otros objetos. Esto no podría ocurrir con un perro o un gato. Estos conocen sus cuerpos perfectamente bien. Pero en sus relaciones con los objetos externos, un perro y un gato son muy diferentes. He observado a un perro, un perdiguero “inteligentísimo”. Cuando la alfombrita en que dormía se arrugó y volvió incómoda para echarse en ella, entendió que la incomodidad estaba fuera de él, que estaba en la alfombrita y, más precisamente, en la posición de ésta. De modo que siguió desgarrando a la alfombrita con sus dientes, retorciéndola y tironeándola aquí y allá, gruñendo todo el tiempo, suspirando y gimiendo hasta que alguien acudió en su ayuda. Pero jamás logró estirar la alfombrita por sí mismo. Con un gato tal cuestión nunca se suscitaría siquiera. Un gato conoce perfectamente bien su cuerpo, pero todo lo que está fuera de él lo da por supuesto, como algo dado. A un gato nunca se le ocurriría corregir el mundo externo, acomodarlo a su propia comodidad. Tal vez esto sea así porque un gato vive más en otro mundo, en el mundo de los sueños y las fantasías, que en éste. Por tanto, si algo anduviera mal en su cama, un gato daría vueltas y se retorcería cien veces hasta echarse cómodamente; o se iría a echar a otro sitio. Por supuesto, un mono extendería muy fácilmente la alfombrita. He aquí cuatro seres, todos muy diferentes. Y éste es sólo un ejemplo del que podríamos hallar fácilmente quinientos. Empero, para nosotros, todo esto es un animal. Mezclamos juntas muchas cosas que son totalmente diferentes; nuestras divisiones son muy a menudo erróneas y esto nos estorba en nuestro examen de nosotros mismos. Además, sería muy incorrecto afirmar que las diferencias mencionadas determinan “etapas evolutivas”, que los animales de un tipo son superiores o inferiores a los otros. El perro y el mono por su razón, su aptitud para imitar y (el perro) por su fidelidad hacia el hombre parecen ser superiores al gato, pero éste es infinitamente superior al gato en su intuición, su sentido estético, su independencia y su poder de voluntad. El perro y el mono se ponen de manifiesto totalmente. Todo lo que hay en ellos puede verse. Pero no es sin causa que el gato se le considere como un animal mágico y oculto. En él hay mucho que está oculto, mucho que él mismo no conoce. Si hemos de hablar en términos de evolución, sería mucho más correcto decir que estos son animales de evoluciones diferentes, tal como, con toda probabilidad, en el género humano no se trata de una sino de varias evoluciones que continúan. El reconocimiento de varias evoluciones independientes pero, desde cierto punto de vista, equivalentes, desarrollando propiedades enteramente diferentes, nos conduciría fuera del laberinto de contradicciones interminables en nuestra comprensión del hombre y mostraría el camino hacia la comprensión de la única evolución y real e importante para nosotros: la evolución del superhombre. Hemos establecido la tremenda diferencia que existe entre la mentalidad del hombre y la de los animales. Esta diferencia está obligada a tener un efecto profundo sobre la percepción que el animal tiene del mundo externo. Pero, ¿cómo y en qué? Esto es precisamente lo que no sabemos y lo que debemos empeñarnos en establecer. Para hacer esto debemos volver una vez más a nuestra percepción del mundo y examinar minuciosamente como lo percibimos; y entonces deberemos ver cómo el animal, con su limitado conjunto mental, debe percibir el mundo. Primero de todo, debemos tomar nota del hecho de que, con respecto al aspecto y la forma externos del mundo, nuestra percepción es extremadamente incorrecta. Sabemos que el mundo consiste en sólidos, pero siempre vemos y tocamos solamente superficies. Nunca vemos o tocamos un sólido. Un sólido es ya un concepto, compuesto por una cantidad de representaciones puestas juntas por medio de razonamiento y experiencia. Para la sensación directa sólo existen superficies. Las sensaciones de peso, masa y volumen, que asociamos mentalmente con un “sólido”, en realidad están conectadas para nosotros con las sensaciones de superficies. Sólo sabemos que esta sensación de superficies proviene de un sólido, pero nunca sentimos al sólido mismo. Tal vez sea posible llamar a la sensación compuesta de superficies, peso, masa, densidad, resistencia y demás, “sensación de un sólido”. Pero mentalmente estamos obligados a vincular todas estas sensaciones en una sola y llamar, a esta sensación general, un sólido. Sentimos directamente sólo las superficies, y luego, separadamente, el peso; nunca sentimos la resistencia de un sólido, como tal. Pero sabemos que el mundo no consiste en superficies, sabemos que vemos un mundo incorrectamente. Sabemos que nunca vemos al mundo como realmente es, no sólo en el sentido filosófico de esta expresión, sino incluso en el sentido geométrico más corriente. Nunca hemos visto un cubo, una esfera, etc., sólo hemos visto siempre superficies. Comprendiendo esto, corregimos mentalmente lo que vemos. Detrás de las superficies pensamos lo sólido. Pero nunca podremos representarnos un sólido; no podemos representar un cubo o una esfera no en perspectiva, sino desde todos los lados a la vez. Está claro que el mundo no existe en perspectiva; empero, somos incapaces de verlo de cualquier otro modo. Todo lo vemos sólo en perspectiva, o sea, al percibirlo, deformamos al mundo con nuestro ojo. Y sabemos que lo deformamos. Sabemos que no es como lo vemos. Y mentalmente corregimos de continuo lo que el ojo ve, substituyendo el contenido real de aquellos símbolos de las cosas que nuestra vista NOS muestra. Nuestra vista es una facultad compleja. Consiste en sensaciones visuales, más la memoria de las sensaciones del tacto. Un niño trata de tocar todo lo que ve: la nariz de su nodriza, la luna, la danzarina mancha de luz solar que se refleja en la pared. Sólo gradualmente aprende a distinguir entre lo cercano y lo lejano mediante la vista sola. Pero sabemos que hasta en los años maduros estamos sujetos fácilmente a ilusiones ópticas. Vemos objetos distantes como chatos, o sea, incluso más incorrectamente, pues el relieve es, después de todo, un símbolo que indica cierta propiedad de los objetos. A gran distancia, un hombre se perfila para nosotros en una silueta. Esto ocurre porque a gran distancia nunca podemos tocar nada, y nuestro ojo no fue instruido para advertir las diferencias en las superficies que, a corta distancia, se sienten con las puntas de los dedos. A este respecto, son interesantísimas las observaciones efectuadas con los ciegos que empiezan a ver. El periódico Slepetz (“El Hombre Ciego”), de 1912, contiene una descripción, basada en observación directa, de cómo hombres, ciegos de nacimiento, aprenden a ver tras una operación que restauró su vista. Es así como un joven de diecisiete años describe sus experiencias tras la restauración de su vista mediante la remoción de una catarata. Al tercer día después de la operación le preguntaron qué veía; contestó que veía una basta extensión luminosa con objetos opacos que se movían en ella. No distinguía estos objetos. Sólo después de cuatro días empezó a distinguirlos, y sólo después de dos semanas, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, empezó a usar prácticamente su vista para discernir los objetos. Le mostraron todos los colores del espectro y los dominó muy rápidamente, salvo el amarillo y el verde que los siguió confundiendo durante largo tiempo. Un cubo, una esfera y una pirámide que colocaron ante él le parecieron un cuadrado, un disco chato y un triángulo. Cuando lo colocaron junto a la esfera un disco chato, no pudo ver diferencia alguna entre ellos. Cuando le pidieron que describiera su primera impresión de las dos figuras, contestó que advertía de inmediato la diferencia entre el cubo y la esfera y se daba cuenta de que no eran dibujos, pero no podía derivar de ellos la representación de un cuadrado y un círculo, hasta sentir en las puntas de sus dedos la misma sensación que si hubiera tocado un cuadrado y un círculo. Cuando se le permitió que manipulara el cubo, la esfera y la pirámide, de inmediato identificó estos sólidos por el tacto y le sorprendió no haberlos reconocido de inmediato mediante la vista. Todavía no tenía una representación del espacio, de la perspectiva. Todos los objetos le parecían chatos. Aunque sabía que la nariz sobresalía y los ojos estaban hundidos en las cuencas, para su vista el rostro humano parecía chato también. Se regocijó al tener restaurada su vista, pero al principio le cansaba mirar las cosas; las impresiones le agobiaban y fatigaban. He aquí por qué, si bien gozaba de vista perfecta, en ocasiones volvía al tacto, como una forma de descanso. Jamás podemos ver siquiera un trocito del mundo externo como es, vale decir, tal como sabemos que es. Nunca podremos ver un escritorio o un armario simultáneamente desde todos los lados, lo mismo que dentro. Nuestro ojo deforma al mundo externo de cierto modo que nos permite, al mirar alrededor, determinar la posición de los objetos en relación con nosotros. Pero nos es imposible mirar al mundo desde otro punto de vista que no sea el nuestro. Y nunca podremos tener una visión correcta de él, una visión que no esté deformada por lo que ven nuestros ojos. Relieve y perspectiva, éstas son las deformaciones de los objetos por parte de nuestro ojo. Son una ilusión óptica, un engaño visual. Un cubo en perspectiva es sólo un símbolo convencional de un cubo tridimensional. Y todo lo que vemos es sólo una imagen convencional del mundo tridimensional convencionalmente real que nuestra geometría estudia – y no el mundo real. Sobre la base de lo que vemos, debemos conjeturar qué es realmente. Sabemos que lo que vemos es incorrecto, y pensamos en el mundo como diferente del modo en que lo vemos. Si no tuviéramos dudas acerca de lo correcto de nuestra vista, si supiéramos que el mundo era tal como lo vimos, es lógico que pensáramos en él como lo vemos. Sin embargo, en la práctica estamos introduciendo constantemente correcciones en lo que vemos. Esta capacidad de introducir correcciones en lo que el ojo ve implica necesariamente la posesión de conceptos, pues las correcciones se efectúan por medio del razonamiento, lo cual es imposible sin conceptos. Sin esta capacidad de corregir lo que el ojo ve, veríamos el mundo de modo muy diferente, mucho de lo que realmente existe no lo veríamos, y veríamos muchísimo de lo que en realidad no existe. En primer lugar, veríamos una enorme cantidad de movimientos inexistentes. Para la sensación directa, cada movimiento nuestro se conecta con el movimiento de todo alrededor de nosotros. Sabemos que este movimiento es ilusorio, pero lo vemos como real. Los objetos giran ante nosotros, corren frente a nosotros, se aventajan uno al otro. Las casas, frente a las que manejamos con lentitud, se vuelven despaciosamente; si manejamos con celeridad se vuelven velozmente; los árboles surgen de repente ante nosotros, huyen y desaparecen. Esta animación aparente de los objetos, junto con los sueños, proporcionaba, y aún proporciona, el principal alimento para la fantasía de los cuentos de hadas. En esos casos, los “movimientos” de los objetos pueden ser muy complejos. Obsérvese la extraña conducta de un maizal visto a través de la ventanilla de un vagón ferroviario. Corre hasta nuestra misma ventanilla, se detiene, se vuelve lentamente y corre hacia un lado. Los árboles del bosque corren claramente a diferentes velocidades, aventajándose uno al otro. ¡Todo un paisaje de movimiento ilusorio! ¡Y qué decir del sol que aún continúa, en todos los idiomas, naciendo y poniéndose, y cuyo movimiento se defendiera tan apasionadamente en una época! Es así como todo nos parece. Y aunque ya sepamos que todos estos movimientos son ilusorios, todavía los vemos y, en ocasiones, nos engañamos. ¿Cuántas ilusiones más veríamos si fuéramos incapaces de considerar las causas que las producen y creyéramos que todo existe exactamente como lo vemos? Lo veo, en consecuencia existe. Esta afirmación es el principal origen de todas las ilusiones. El modo correcto de expresar esto sería: Lo veo, en consecuencia no existe. O, en todo caso: Lo veo, en consecuencia no es así. Nosotros podemos decir esto último, pero los animales no. Para ellos, cuanto ven, existe. Tienen que creer en lo que ven. ¿Cómo les parece le mundo a los animales? Para los animales, el mundo es una serie de complejas superficies móviles. Los animales viven en un mundo bidimensional; su universo tiene l apariencia y las propiedades de una superficie. Y en esta superficie tiene lugar una vasta cantidad de movimientos del carácter más variado y fantástico. ¿Por qué el mundo debe parecerles a los animales una superficie? Primero de todo, porque a nosotros nos parece una superficie. Pero nosotros sabemos que el mundo no es una superficie, mientras que los animales no pueden saberlo. Ellos aceptan todo como parece. No pueden corregir lo que el ojo ve, o no pueden hacerlo en el mismo grado en que nosotros podemos. Nosotros podemos medir en tres direcciones; la calidad de nuestra mente nos permite hacerlo. Los animales pueden medir simultáneamente sólo en dos direcciones; nunca pueden medir en tres direcciones a la vez. Esto se debe al hecho de que, no teniendo conceptos, son incapaces de tener presentes las medidas de la primera dirección mientras miden la segunda y la tercera. Explicaré esto más claramente. Imaginemos que medimos un cubo. Al medir un cubo en tres direcciones, mientras medimos en una dirección debemos tener presente, recordar, las otras dos. Pero las cosas sólo pueden tenerse presentes como conceptos, o sea, podemos recordarlos solamente conectándolas con varios conceptos, rotulándolas de un modo u otro. Así, habiendo rotulado las primeras dos direcciones – el largo y el ancho, es posible medir el alto. DE otro modo, esto no se podría hacer. Como representaciones, las dos primeras mediciones de un cubo son absolutamente idénticas y tienen obligación de fundirse en una sola de nuestra mente. Un animal no tiene conceptos, de modo que no puede rotular las dos primeras mediciones del cubo como largo y ancho. Por tanto, en el momento en que empieza a medir el alto del cubo, las dos primeras mediciones se fundirán en una sola. Un animal que mida un cubo y no posea conceptos sino sólo representaciones, se parecerá a una gata que una vez observé. Arrastraba a sus gatitos – había cinco o seis de ellos – dentro de diferentes habitaciones y no podía reunirlos nuevamente. Tomaba uno, se lo llevaba a otro, y los ponía juntos. Luego, empezaba a buscar al tercero, lo traía y lo ponía con los otros dos. Después, inmediatamente, tomaba al primero, lo llevaba a otra habitación y lo ponía al lado del cuarto; luego corría; luego corría de nuevo a la primera habitación, se apoderaba del segundo y lo arrastraba a otro lugar al quinto, y así sucesivamente. Durante toda una hora la gata luchaba con sus gatitos, genuinamente agotada, pero nada podía hacer. Claramente, ella no tenía conceptos que le ayudaran a recordar cuántos gatitos había en total. Es extremadamente importante explicarse la relación de un animal con la medición de los sólidos. Toda la cuestión consiste en que los animales nada ven, salvo superficies. (Esto lo podemos decir con suma convicción, puesto que nosotros mismos nada vemos, salvo superficies). Viendo sólo superficies, los animales sólo pueden representar dos dimensiones. La tercera dimensión, junto con las dos primeras, sólo puede pensarse, o sea, esta dimensión debe ser un concepto. Pero los animales no tienen conceptos; la tercera dimensión aparece también como una representación. Consiguientemente, en el momento de su aparición, las dos primeras representaciones se funden invariablemente en una sola. Los animales ven la diferencia entre dos dimensiones, pero no pueden ver la diferencia entre tres. Esta diferencia sólo puede conocerse. Y a fin de conocerla son necesarios los conceptos. Para los animales, las representaciones idénticas tienen la obligación de fundirse en una sola, tal como para nosotros dos fenómenos simultáneos idénticos que tienen lugar en un punto deben fundirse en uno solo. Para los animales sería un solo fenómeno, tal como para nosotros todos los fenómenos simultáneos idénticos que tienen lugar en un punto son un solo fenómeno. Así, los animales verán el mundo como una superficie, y medirán esta superficie solamente en dos direcciones. ¿Cómo explicar entonces el hecho que, viviendo en un mundo bidimensional, o viéndose en un mundo bidimensional, los animales se orientan perfectamente bien en nuestro mundo tridimensional? ¿Cómo explicar que un pájaro vuela arriba y abajo, derecho hacia delante y hacia los costados, en las tres direcciones; que un caballo salta vallas y zanjas; que un perro y un gato parecen entender las propiedades de profundidad y altura junto con el largo y ancho? A fin de explicar esto debemos volver una vez más a los principios fundamentales de la psicología animal. Ya señalamos muchas propiedades de los objetos que recordamos como las propiedades generales de especies y variedades, los animales han de recordarlas como las propiedades individuales de los objetos. En el ordenamiento d este enorme depósito de propiedades individuales preservadas en la memoria, a los animales los ayuda la cualidad emocional conectada para ellos con cada representación y cada recuerdo de una sensación. Digamos que un animal conoce dos caminos como dos fenómenos enteramente separados que nada tienen en común; un fenómeno, o sea, un camino consiste en una serie de representaciones definidas matizadas por definidas cualidades emocionales; el otro fenómeno, o sea el otro camino, consiste en una serie de otras definidas representaciones, matizadas por otras cualidades. Decimos que tanto uno como otro son caminos, conduciendo uno a un lugar, y el otro a otro. Para el animal, los dos caminos nada tienen en común. Pero recuerda toda la secuencia de cualidades emocionales conectadas con el primer camino y el segundo camino y así recuerda ambos caminos con sus vueltas, cunetas, vallados y demás. Así, el recuerdo de las definidas propiedades de los objetos que vieron ayuda a los animales a orientarse en el mundo de los fenómenos. Pero por regla general, cuando enfrentan fenómenos nuevos los animales están mucho más desvalidos que el hombre. Los animales ven en dos dimensiones. Sienten constantemente la tercera dimensión pero no la ven. La sienten como algo efímero, como nosotros sentimos el tiempo. Las superficies que los animales ven poseen para ellos muchas propiedades extrañas; éstas son, primero de todo, movimientos numerosos y variados. Ya ha sido señalado que todo movimiento ilusorio debe parecer real para ellos. Estos movimientos nos parecen también reales pero sabemos que son ilusorios, como por ejemplo el giro de una casa cuando manejamos frente a ella, el surgimiento de un árbol desde la vuelta de la esquina, el movimiento de la luna entre las nubes y demás. Además, para los animales existirán muchos otros movimientos que no sospechamos. En realidad, muchísimos objeto, completamente inmóviles para nosotros – en realidad, todos los objetos – deben parecerles móviles a los animales. Y ES PRECISAMENTE EN ESTOS MOVIMIENTOS QUE SE LES MANIFESTARÁ LA TERCERA DIMENSIÓN DE LOS SÓLIDOS, o sea, LA TERCERA DIMENSIÓN DE LOS SÓLIDOS LES PARECERÁ MOVIMIENTO. Tratemos de imaginar cómo un animal percibe los objetos del mundo externo. Supongamos que se coloca un gran disco ante un animal y, junto a él, una gran esfera del mismo diámetro. Enfrentándolos directamente a cierta distancia, el animal verá dos círculos. Si se pone a caminar alrededor de ellos, el animal advertirá que la esfera sigue siendo un círculo, pero el disco se estrecha gradualmente y se convierte en una franja angosta. Cuando el animal continúa desplazándose alrededor de ella, la franja empieza a ensancharse y gradualmente se convierte nuevamente en un círculo. La esfera no cambiará su forma cuando el animal se desplace alrededor de ella, pero en ella empezarán a ocurrir extraños fenómenos cuando el animal se acerque. Tratemos de entender cómo el animal percibirá la superficie de la esfera como distinta de la superficie del disco. Una cosa es cierta: percibirá una superficie esférica de modo diferente de nosotros. Nosotros percibimos la convexidad o la esfericidad como una propiedad común a muchas superficies. Debido a la naturaleza de su aparato mental, el animal debe percibir la esfericidad como una propiedad individual de la esfera dada. ¿A qué debería parecerse la esfericidad, considerada como una propiedad individual de una esfera dada? Podemos decir con la máxima convicción que la esfericidad le parecerá al animal un movimiento de la superficie que él ve. Cuando el animal se acerca a la esfera, con toda probabilidad lo que ocurre es algo parecido a esto: la superficie que el animal ve surge en rápido movimiento, su centro se proyecta hacia delante, y todos los otros puntos empiezan a retroceder del centro con una velocidad proporcionada a su distancia del centro (o al cuadrado de su distancia del centro). Este es el modo en el que el animal debe sentir una superficie esférica. Esto rememora el modo en que percibimos el sonido. A cierta distancia de la esfera, el animal lo ve como un plano. Aproximándose a ella y tocando algún punto de la esfera, ve que la relación de todos los otros puntos con ese punto ha cambiado en comparación con lo que debe ser en un plano, como si todos los otros puntos se hubieran movido, se hubieran hecho a un lado. Tocando otro punto, ve nuevamente todos los otros puntos que se retiran de él. Esta propiedad de la esfera aparecerá como movimiento, como “vibración”. Y en realidad la esfera semejará una superficie vibrante, ondulante. Del mismo modo, cualquier ángulo de un objeto inmóvil al animal deberá parecerle movimiento. El animal puede ver un ángulo de un objeto tridimensional sólo si se desplaza frente a él, y en ese caso el objeto parecerá haberse dado vuelta – apareció un nuevo lado, y el viejo lado retrocedió o se hizo a un lado. Un ángulo se percibirá como un darse vuelta, un movimiento del objeto, o sea, como algo efímero, temporal, o sea, como un cambio del estado del objeto. Recordando los ángulos con los que se encontró antes – que el animal vio como el movimiento de los cuerpos – los considerará como pasados, terminados, esfumados, pertenecientes al pasado. Por supuesto, el animal no puede razonar así, pero actuará como si este fuera su razonamiento. Si el animal pudiera pensar los fenómenos (o sea, ángulos y superficies curvas) que aún no hayan entrado en su vida, sin duda se los representaría solamente en el tiempo. En otras palabras, el animal no podría concederles existencia real alguna en el momento actual cuando ellos aún no han aparecido. Si pudiera expresar una opinión acerca de ellos, diría que estos ángulos existen como una potencialidad, que serán, pero que actualmente no son. Para un caballo, la esquina de una casa frente a la que todos los días pasa corriendo, es un fenómeno que recurre en ciertas circunstancias, pero que aún tiene lugar sólo en el tiempo; no es una propiedad espacial y constante de la casa. Para el animal, un ángulo debe ser un fenómeno temporal, en vez de ser un fenómeno espacial, como lo es para nosotros. Así, vemos que el animal percibirá las propiedades de nuestra tercera dimensión como movimientos y remitirá estas propiedades al tiempo, al pasado o al futuro, o al presente, o sea, al momento de transición del futuro dentro del pasado. Este es un punto extremadamente importante y contiene la clave de la comprensión de nuestra propia percepción del mundo; en consecuencia, deberemos examinarlo más pormenorizadamente. Hasta aquí hemos considerado a los animales superiores: un perro, un gato, un caballo. Consideremos ahora un animal inferior: por ejemplo, un caracol. Nada sabemos de su vida interior, pero podemos estar seguros de que su percepción es muy diferente de la nuestra. Con toda probabilidad, son muy vagas las sensaciones de un caracol respecto de su medio circundante. Probablemente sienta el calor, el frío, la luz, la oscuridad y el hambre, e instintivamente (o sea, incitado por la guía del placer-dolor) se arrastre hacia el borde de la hoja que no está comida y se quede, y se retire de una hoja muerta. Sus movimientos son gobernados por el placer-dolor; avanza siempre hacia uno y se retira del otro. Siempre se mueve en una sola línea: desde lo desagradable hacia lo agradable. Y, con toda probabilidad, nada conoce ni siente, excepto esta línea. Esta línea constituye la totalidad de su mundo. Todas las sensaciones que entran desde fuera, el caracol las siente sobre esta línea de su movimiento. Y éstas le provienen de fuera del tiempo: de potencialidad se convierten en realidad. Para un caracol, la totalidad de nuestro universo existe en el futuro y en el pasado, o sea, en el tiempo. Sólo existe una línea en el presente; todo el resto está en el tiempo. Es más que probable que un caracol no tenga conciencia de sus propios movimientos; realizando esfuerzos con todo su cuerpo avanza hacia el borde fresco de la hoja, pero le parece que la hoja se desplaza hacia él, naciendo en ese momento, apareciéndose desde el tiempo, como la mañana se nos aparece a nosotros. Un caracol es un ser unidimensional. Los animales superiores – un perro, un gato, un caballo – son seres bidimensionales. El espacio les parece una superficie, un plano. Todo lo que está fuera de este plano, para ellos está en el tiempo. Así, vemos que un animal superior – un ser bidimensional en comparación con un ser unidimensional – extrae del tiempo una dimensión más. El mundo de un caracol tiene una dimensión; nuestras dimensiones segunda y tercera están para él en el tiempo. El mundo de un perro tiene dos dimensiones: nuestra tercera dimensión está para él en el tiempo. Un animal puede recordar todos los “fenómenos” que observó, o sea, todas las propiedades de los cuerpos tridimensionales con los que entró en contacto, pero no puede saber que lo que para él es un fenómeno recurrente, es en realidad una propiedad permanente de un cuerpo tridimensional: un ángulo, una curvatura o una convexidad. Esta es la psicología de la percepción del mundo por un ser bidimensional. Para él, cada día nacerá un sol nuevo. El sol de ayer pasó y nunca recurrirá nuevamente. El sol de mañana no existe aún. Rostand no logró entender la psicología de “Chantecler”. El gallo no podía entender que despertaba al sol con su canto. Para él, el sol no se iba a dormir: retrocede hacia el pasado, desaparece, se aniquila, cesa de ser. Mañana, si viene, será un nuevo sol, tal como para nosotros hay una primavera nueva cada año. A fin de ser, el sol no puede despertar; debe llegar a existir, debe nacer. Un animal (si pudiera pensar sin perder su psicología característica) no podría creer en la aparición hoy del mismo sol que estaba allí ayer. Esto es razonamiento humano. Para un animal, cada mañana nace un sol nuevo, tal como para nosotros cada día llega una mañana nueva, cada año una primavera nueva. Un animal es incapaz de entender cómo el sol es uno solo y el mismo, hoy y ayer – EXACTAMENTE COMO NOSOTROS PROBABLEMENTE NO PODEMOS ENTENDER QUE LA MAÑANA ES UNA SOLA, Y LA PRIMAVERA ES UNA SOLA. El movimiento de los objetos que, para nosotros no es ilusorio sino real, como el movimiento de una rueda que gira o de un carro que se desplaza, etc., para un animal debe diferir grandemente del movimiento que éste ve en todos los objetos que para nosotros son inmóviles: el movimiento con cuyo disfraz él ve la tercera dimensión de los cuerpos. Este primer movimiento (o sea, el movimiento que es también real para nosotros) debe parecerle espontáneo, vivo. Y estos dos géneros de movimientos serán inconmensurables para él. Un animal podrá medir un ángulo o una superficie convexa, aunque no entenderá su verdadero significado y lo considerará como un movimiento. Pero nunca podrá medir el movimiento real, o sea, el movimiento que para nosotros es real. Para hacer esto es necesario tener nuestra concepción del tiempo y medir todos los movimientos en relación con algún movimiento más constante, o sea, comparar todos los movimientos con uno. Como un animal no tiene conceptos, no podrá hacer esto, por tanto, los movimientos de los objetos que son reales para nosotros serán inmedibles, y así inconmensurables con otros movimientos que, para él, son reales y capaces de medición, pero que para nosotros son ilusorios, constituyendo en realidad la tercera dimensión de los cuerpos. Esto último es inevitable. Si un animal siente y mide como movimiento lo que no es movimiento, está claro que no podrá aplicar la misma medida a lo que es y a lo que no es movimiento. Pero esto no significa que un animal no pueda conocer el carácter de los movimientos que se producen en nuestro mundo y adecuarse a ellos. Por el contrario, vemos que un animal se orienta perfectamente entre los movimientos de los objetos de nuestro mundo tridimensional. En esto lo ayuda el instinto, o sea, la capacidad desarrollada a través de centenares de siglos de selección, de realizar acciones eficaces sin conciencia de finalidad. Y un animal discrimina perfectamente bien entre los movimientos que ocurren alrededor de él. Pero, distinguiendo entre dos géneros de fenómenos – dos géneros de movimiento – un animal tiene la obligación de explicar uno de ellos por alguna inexplicable propiedad interior de los objetos, o sea, probablemente considerará ese género de movimiento como el resultado de la animación de los objetos, y considerará a los objetos que se mueven como vivos. Un gatito juega con una pelota o con su cola porque la pelota o la cola huyen de él. Un oso luchará contra la estaca hasta que ésta lo desaloje del árbol, porque, en los vaivenes de aquélla, él siente algo vivo y hostil. Un caballo da un respingo ante un arbusto porque éste giró de repente y agitó una rama. En este último caso, tal vez el arbusto no se movió para nada: era el caballo el que corría. Pero pareció moverse, y en consecuencia estaba vivo. Probablemente, todo lo que se mueve esté vivo para un animal. ¿Por qué un perro ladra con tanta furia cuando pasa un coche? No lo entendemos totalmente. No advertimos cómo el coche, al pasar, gira, se retuerce y hace muecas, tal como el perro lo ve. El coche está lleno de vida: las ruedas, el techo, los guardabarros, los asientos, los pasajeros; todo esto se mueve, da vueltas… Resumamos todas nuestras deducciones. Hemos establecido que un hombre posee sensaciones, representaciones y conceptos; que los animales superiores poseen sensaciones y representaciones, y que los animales inferiores solamente sensaciones. Dedujimos que un animal no tiene conceptos principalmente porque no tiene palabras, no tiene lenguaje. Además, establecimos que, no teniendo conceptos, los animales no pueden comprender la tercera dimensión y sólo ven el mundo como una superficie. En otras palabras, no tienen medios, no tienen instrumentos, para corregir sus sensaciones erróneas del mundo. Luego, descubrimos que, viendo al mundo como una superficie, los animales ven en esta superficie muchísimos movimientos inexistentes para nosotros. O sea: todas las propiedades de los cuerpos que consideramos como las propiedades de su tridimensionalidad, deben parecerles movimientos. Así, un ángulo y una superficie esférica les deben parecer movimiento del plano. Además, llegamos a la conclusión de que todo lo que, para nosotros, pertenece al dominio de la tercera dimensión como algo constante, los animales deben considerarlo como sucesos efímeros que les ocurren a los objetos: como fenómenos temporales. Así, en todas sus relaciones con el mundo, un animal demuestra ser completamente análogo al ser bidimensional irreal que supusimos que vivía en un plano. La totalidad de nuestro mundo a un animal le parece como un plano a través del cual los fenómenos pasan, se mueven de acuerdo con el tiempo o en el tiempo. De modo que podemos decir que hemos establecido lo siguiente: que con cierta limitación del aparato mental que percibe al mundo externo, para un sujeto que posea tal aparato, deberán cambiar todo el aspecto y todas las propiedades del mundo. Y dos sujetos, que vivan juntos pero que posean diferentes aparatos mentales, deberán vivir en mundos distintos: las propiedades de la extensión del mundo deberán ser muy diferentes para ellos. Además, hemos visto las condiciones – no artificiales e inventadas sino realmente existentes en la naturaleza, o sea, las condiciones mentales de la vida de los animales – en las que el mundo aparecer como un plano o incluso como una línea. En otras palabras, hemos establecido que la extensión tridimensional del mundo depende, para nosotros, de las propiedades de nuestro aparato mental; o, que la tridimensionalidad del mundo no es su propia propiedad sino meramente la propiedad de nuestra percepción del mundo. Para expresarlo de modo diferente, la tridimensionalidad del mundo es la propiedad de su reflejo en nuestra conciencia. Si todos esto es así, está claro que hemos demostrado realmente la dependencia del espacio respecto del sentido del espacio. Y, puesto que hemos demostrado la existencia de un sentido del espacio inferior al nuestro, mediante este hecho mismo hemos demostrado la posibilidad de un sentido del espacio superior al nuestro. Y debemos admitir que si se forma en nosotros una cuarta unidad de pensamiento, tan diferente del concepto como el concepto es diferente de la representación, entonces, simultáneamente con esto, para nosotros, en el mundo circundante, aparecerá una cuarta característica que podemos llamar geométricamente una cuarta dirección o cuarta perpendicular, porque esta característica contendrá propiedades de objetos perpendiculares a todas las propiedades que conocemos y no paralelas a ninguna de ellas. En otras palabras, veremos o nos sentiremos no en una espacio de tres, sino de cuatro dimensiones, y tanto los objetos circundantes como nuestros propios cuerpos revelarán las propiedades generales de la cuarta dimensión que hemos notado antes o que hemos considerado como propiedades individuales de los objetos (o su movimiento), tal como los animales consideran como su movimiento la extensión de los objetos de la tercera dimensión. Habiendo visto o habiéndonos sentido en el mundo de las cuatro dimensiones, descubriremos que el mundo de las tres dimensiones no tiene y nunca ha tenido existencia real alguna, que fue una creación de nuestra fantasía, un fantasma, un espectro, un engaño, una ilusión óptica, lo que usted guste, pero no una realidad. Esto dista de ser una “hipótesis”, una suposición; es un hecho tan exacto como lo es la existencia del infinito. A causa de su propia existencia, el positivismo tuvo que deshacerse, de algún modo, del infinito, o por lo menos llamarlo una “hipótesis” que puede ser verdadera o no. Pero el infinito no es una hipótesis; es un hecho. Y precisamente, también lo es la multidimensionalidad del espacio y todo lo que esto implica, o sea, la irrealidad de todo lo tridimensional. [Ouspensky, 1920] Yo no sé acerca de nadie más, pero cuando leí el fragmento de arriba DESPUÉS de que los Cassiopaeans nos hablaron acerca de la percepción de la 4ª densidad, me di cuenta agudamente de la brecha que separa nuestra percepción del mundo y lo que debe ser en realidad. Volveremos a Ouspensky y sus especulaciones acerca de las percepciones de densidades superiores más o menos pronto, pero por ahora debemos regresar a nuestra narrativa en relación con la onda y las crecientes revelaciones, a dónde llevaron y qué entendemos actualmente. Aproximadamente una semana después de que mi pregunta “Sufi” llevara al tema de “Ondas Gravitacionales Inestables”, decidí hacer algunas preguntas acerca de las densidades. Realmente sólo estaba tratando de captar POR QUÉ es que nada más podemos percibir cosas en el angosto marco de nuestra realidad. Quería saber cómo es que cosas que se supone que existen en otros “reinos” están veladas para nosotros. No podía entender bien la diferencia entre la 4ª densidad y la 5ª densidad porque tantas enseñanzas famosas o bien conocidas hablaban de reinos físicos y luego - ¡Puf! – vas al plano etéreo o astral. Esta era una idea completamente nueva, según me parecía, y valía la pena echarle un vistazo más de cerca. Así que me lancé al tema: 06-22-96 P: (L) Esta noche quisiera preguntar acerca de la 5ª densidad. ¿Cómo es que funciona la “línea divisoria” entre las 4 densidades físicas y la 5ª? P: (L) Cuando una persona termina todas sus experiencias en las densidades 1 a 4, permanecen en la 5ª por un periodo antes de moverse a la 6ª. Ahora, quiero poner juntos dos comentarios del pasaje de arriba: Cuando la “Tierra” se convierta en un reino de la 4ª densidad, todas las fuerzas, tanto SAS como SAO estarán en contacto directo unas con otras… Será un “campo de juego de nivel”, por tanto, equilibrado. P: (L) Así que, estando en unión con otros seres en la 5ª, llegas a algún tipo de entendimiento acerca de tus lecciones… Recordando lo que se dijo acerca de los “seres esenciales” en la segunda sección de esta serie: P: (L) ¿Hay otras partes de nosotros en todos los reinos haciendo otras cosas en este momento? y de nuestra discusión de “Oz” tenemos: P: (T) Ahora, cuando aquellos que se muevan hacia la 4ª densidad hagan el movimiento, ¿experimentarán una totalidad o se fusionarán con todas las densidades de su ser, en ese punto, incluso si es por un corto tiempo? Así que parece que hemos identificado a nuestra Onda – es una Onda Gravitacional. Hasta ahora todo bien, ¿cierto? ¿Todos me siguen? ¿Entendemos todos qué es lo que estoy tratando de averiguar con estas preguntas? Eso pensé. Y lo que es más, pensé que tenía cierto control sobre el asunto. Creí que tenía una idea. ¡Me había dejado llevar tan intensamente por las referencias a las ondas gravitacionales como la llave de los secretos de la física que no podía dormir por las noches con todas las visiones de Premios Nobel bailando en mi cabeza! ¡Ahí estaba yo, la Sra. Promedio Norteamericana con cinco niños y una tabla de espíritus en el cuarto junto a la cocina que me iba a dar los secretos para desencadenar todos los misterios del espacio, tiempo y existencia! Lo iba a hacer por todas las mujeres en el mundo que habían sido tratadas como ciudadanas de segunda clase desde que la vieja Lagartija Jehová/Yahweh le mandó la manzana a Eva. Lo iba a hacer por todos los héroes sin gloria y genios hechos en casa que sobrellevan sus vidas en silenciosa desesperación, preguntándole a los cielos por las noches “¿Por qué estoy aquí? ¿Qué debo de hacer?” ¡Mi muy útil tabla de espíritus me iba a dar la NUEVA Teoría de Todo! ¡Lo iba a envolver todo en un lindo y bonito paquetito para mandarlo por correo a la universidad más cercana, y ellos se iban a volver locos al respecto y a mandarme a Estocolmo a recoger mi medalla! ¡Qué intoxicante sentimiento! Debí de haberlo visto venir, pero no lo hice. O sea la fosa; ¿conocen la que excava el orgullo? Caí en ella en la siguiente sesión.
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