Artículo Laura Knight-Jadczyk |
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¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA Y PORQUÉ? Extraído de Historia Secreta del Mundo Derechos Reservados 2001, ninguna parte de este texto puede ser copiado, almacenado, o reproducido por ningún motivo sin el consentimiento escrito de la autora.
El Arca de la Alianza: el objeto más misterioso y poderoso del cual nos quieren hacer creer era objeto de las estadías de los Templarios y sus búsquedas en Jerusalén. ¿Qué sabemos realmente acerca del Arca?
Para siquiera poder hacernos una idea de la naturaleza del Arca, es obvio que tenemos que realizar un cuidadoso examen de la estructura religiosa dentro de la cual aparece inserta: el Judaísmo. Cuando me inicié en el estudio de los asuntos que más me interesaban (cuestiones religiosas, problemas filosóficos, y temas relacionados) realmente no tenía la menor idea de que iba a descubrir algo tan horrendo, de tan profundas implicaciones, como lo que descubrí acerca de las religiones en general y el monoteísmo en particular. Ruego no se me malinterprete o se piense que estoy promoviendo el paganismo o cualquier otra forma de adoración de “dioses” o imágenes de los mismos. Estoy plenamente convencida de que la fuente de todas las cosas es la conciencia, y que en su aspecto fundamental, esta conciencia es lo que solemos llamar Dios, o bien la Mente Divina. Pero el asunto que estamos considerando aquí es la imposición del monoteísmo como la doctrina de |
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un grupo
que declara que su versión de quién o qué es dios es la única correcta.
Como resultado de eso tenemos la preeminencia del monoteísmo judeo-cristiano,
con su retorcida concepción linear del tiempo tomada en préstamo del
Zoroastrismo.
A pesar de lo que pueda el hombre común creer acerca de ella, muchos
investigadores –en su gran mayoría teólogos– han estado trabajando en estas
cuestiones por cerca de mil años ya (ello, claro está, cuando no se les ha
enviado a quemar en la hoguera por la mera osadía de hacerse tales preguntas).
Lo que resulta irónico es el hecho de que, en su intento por aproximarse lo más
cercanamente posible al texto original (el que suponen más cercano a la primera
revelación de la mano de Dios) la mayoría de ellos solo pretendía una más
estrecha comunión con Dios.
Cuando uno estudia literatura dentro del marco de una clase académica, es importante estudiar la vida del autor,
aunque solo sea a través de las claves proporcionadas por los mismos trabajos
literarios que se están examinando. Ello le permite a uno ver las conexiones
significativas entre la vida del autor y el texto que este ha producido. En términos
de la Biblia, estas conexiones son cruciales. No obstante, el hecho es que
cuando hablamos de cosas tan nebulosas como la religión y la historia, de
inmediato nos vemos enfrentados a un problema.
Cuando escriben acerca de la historia, los historiadores no solamente
discuten acerca de los hechos teóricos que se proponen como elementos a lo
largo de una línea de tiempo, sino también acerca de los métodos utilizados
para dilucidar la naturaleza de cada uno de esos elementos. Generalmente
extraen sus conclusiones acerca de la historia a través de la lectura de las
“fuentes” o de los registros más antiguos del asunto en cuestión. En algunos
casos estos registros podrían ser los relatos de los mismos testigos
presenciales, mientras que en otros se trata de relatos transmitidos por
intermediación de algún escriba.
Los historiadores suelen hacer una distinción entre fuentes “primarias” y
“secundarias”. Una fuente primaria no necesariamente es un testigo presencial
–si bien la existencia de uno de estos siempre resulta conveniente–, sino que
más bien se define como aquella que no puede ser conectada a ninguna otra
fuente anterior, por lo que no parece depender del relato de otro persona. Las
fuentes secundarias son esencialmente copias o re-elaboraciones de las fuentes
primarias. A menudo consisten en un conglomerado de materiales recopilados de
varias fuentes a los que se les incluye algunos comentarios o datos
adicionales. Esto obviamente podría representar un problema si la fuente
primaria es completamente falsificada.
El requerir interpretaciones y evaluaciones de las fuentes primarias es
cosa del todo legítima; ese es justamente el papel de toda buena fuente
secundaria, siempre y cuando se haga clara distinción entre fuente e
interpretación. De hecho, las fuentes secundarias –los análisis– resultan vitales para el lector promedio que
no tiene el suficiente conocimiento de los antecedentes lingüísticos,
históricos y culturales como para evaluar las fuentes primarias. Pero sucede
con mucha frecuencia que los historiadores tratan a sus fuentes exactamente de
la misma manera que describe J. K. Huysmans:
Para un hombre de talento los eventos no son más que un
trampolín de ideas y de estilos, puesto que todos ellos resultan mitigados o
agravados de acuerdo a las necesidades
que se tengan de una causa o de acuerdo al temperamento del escritor que
los manipula.
En lo que concierne a los documentos que los apoyan la
cosa es peor aún, puesto que ninguno de ellos es irreducible y todos son
rectificables. Si no resultan ser apócrifos, otros documentos no menos confiables pueden ser descubiertos en fecha
posterior que los contradigan, mismos que a su vez deberán esperar su turno
de ser devaluados por el descubrimiento de otros archivos no menos ciertos.
[Huysmans, 1891, Cap. II].
En los primeros años del siglo 20, M. M. Mangasarian, antiguo
Congregacionista y Ministro Presbiteriano que estudió en el Seminario Teológico
de Princeton y que ya muy temprano en su vida había renunciado a su filiación
cristiana para seguir una brillante carrera como proponente del Libre
Pensamiento, escribió:
La Biblia es
un Libro Extraordinario: cualquier libro que declare
completa infalibilidad, que aspire a la absoluta autoridad sobre mente y
cuerpo, que exija rendición incondicional a todas sus pretensiones so pena de
eterna condenación, necesariamente es un libro extraordinario, y uno que,
por tanto, debe ser sometido a
evaluaciones extraordinarias.
Pero no lo es.
Ni los sacerdotes cristianos ni los rabinos judíos
aprueban el someter la Biblia a las mismas evaluaciones a las que deben
someterse otros libros.
¿Porqué?
¿Porque esto podría ayudar a la Biblia? Esa no puede ser
la razón.
¿Porque podría dañarla? No se nos ocurre ninguna otra
explicación.
La Verdad es que la Biblia es: una Colección de Escritos
de Fecha y Autoría Desconocidas y Revertidos al Idioma Inglés a partir de
Supuestas Copias de Supuestos Originales desafortunadamente Perdidos.
[i]
Recientemente, Richard Dawkins, autor de Blind Watchmaker, sugirió que la religión era un virus: Dawkins argumentó que la extendida presencia de la
religión –a pesar de la ausencia de cualquier beneficio evidente– sugiere que
ello no se debe a una adaptación evolutiva. [...] La sociedad representa un
apto caldo de cultivo para el “virus” de la religión al etiquetar de manera
automática a los niños con la religión de sus padres. Los niños a su vez
absorben estas creencias porque están
condicionados para hacerlo así.
A pesar de ser universal, según ha dicho Dawkins, la
religión no es generalmente beneficiosa. Rechazando las teorías de muchos de
sus contemporáneos, Dawkins argumenta que la religión no ha ayudado a la gente a adaptarse o a sobrevivir. Más allá de
ser una fuente de consuelo, la religión no suministra protección alguna contra
las enfermedades o las amenazas físicas.
“Si una persona se ve enfrentada con un león no se
apaciguará si se le dice que solo se trata de un conejo”, dice Dawkins. La
religión, desde el punto de vista de Dawkins, no solamente suministra un falso
sentido de seguridad, sino que además es activamente divisiva y dañina.
Designados como cristianos o como musulmanes por sus padres, los niños además
heredan la susceptibilidad a las discriminaciones asociadas con estas
etiquetas. Dawkins ha señalado el ejemplo de los fundamentalistas protestantes
en Belfast que se solazan en escupir a las niñas católicas por la única razón
de que sus padres las han etiquetado como católicas.
[ii]
En muchos aspectos Dawkins está en lo cierto. Si bien no comparto sus ideas
de que la existencia es consecuencia exclusiva de la “mecanicidad accidental
del universo”, debo decir que ha sabido enfocarse en un elemento crucial de la
religión o de los cultos, como se conocen hoy en día: que se tratan de un
virus, y más aún, uno de naturaleza letal.
Entre todas las opiniones expresadas por Dawkins, una que ciertamente no
comparto es: “Si una persona se ve enfrentada con un león no se apaciguará si
se le dice que solo se trata de un conejo”. Lo cierto es que este es justamente
el problema que enfrentamos cuando contemplamos nuestra realidad. Muchas
personas sí terminan por apaciguarse
cuando se les dice que el león es solo un conejo. No es algo que les ayude a
sobrevivir, o a solucionar los problemas de la existencia, pero distrae su
atención y evita que formulen preguntas incómodas acerca de nuestra realidad
que el Poder Reinante no desea que formulen. En cuanto a porqué la gente cree
con tanta facilidad en las mentiras de los Cultos Monoteístas, Dawkins señala
de manera sucinta que la religión es una norma social que se vale de las
tendencias psicológicas de los niños. “Es su particular obediencia la que los
torna vulnerables a los virus y los gusanos [informáticos]”, ha dicho Dawkins.
Su particular obediencia. La religión es una forma coercitiva de asegurar
la obediencia a la Maquiavelo.
Como quizás lo sepa el lector
[iii]
, pasé cierto número
de años trabajando de hipnoterapeuta como parte de mi búsqueda de repuestas a
los asuntos que atañen al “plano de la mente”. Ese trabajo me capacitó para
tener una perspectiva única de casi todas las otras ramas de estudio en las que
me he ocupado desde entonces. Lo más importante que aprendí de él es que la
mayoría, cuando no TODAS, las opiniones
humanas acerca de las cosas tienen su raíz en el pensamiento emocional. Las
emociones tienen la curiosa tendencia de “colorear” todo lo que vemos,
experimentamos y recordamos, de forma tal que lo que pensamos resulta ser, muy a menudo, el resultado de una “anhelación
compulsiva”.
El problema con el asunto de la Biblia y de la Historia es que hay una gran
cantidad de campos que pueden contribuir valiosa información –arqueología,
paleontología, geología, lingüística, etc.– pero esa información es descartada
en favor de aquello que la mente concibe como resultado de su “anhelación
compulsiva”. En el otro extremo tenemos a la mitología y a la historia.
Desafortunadamente ellas son muy similares porque, como bien sabemos, “la
historia la escriben los ganadores”. Y la gente es propensa a cometer actos
altamente censurables en situaciones difíciles, que posteriormente procurarán
encubrir con la intención de proyectar a la posteridad una imagen de sí mismos
que sea lo más favorable posible.
Los más antiguos textos en hebreo que se conservan del Antiguo Testamento,
son los que se encontraron en Qumran, que apenas se remontan a dos o tres
siglos antes de Cristo. Previo a su aparición, la más antigua versión
descubierta era una traducción al griego que data aproximadamente del mismo
período. Y el texto completo en lengua
hebraica que presenta mayor antigüedad, tan
solo data del siglo décimo DC, así que hay algo que no está bien con este
estado de cosas.
Se tiene la creencia general, como resultado del análisis textual, de que una pequeña parte del Antiguo
Testamento se escribió alrededor del año 1000 AC y que el resto data de
aproximadamente el 600 AC. La Biblia, tal y como la conocemos, es el resultado
de numerosos cambios a lo largo de los siglos, y hay tal número de
contradicciones dentro de ella que no tenemos espacio suficiente para
listarlas. Existen bibliotecas enteras dedicadas a este asunto, y le recomiendo
al lector revisar el material con el fin de tener un fundamento sobre el cual
poder juzgar las cosas que voy a decir.
Los estudiosos de la Biblia generalmente sitúan a Abraham entre los años
1800 y 1700 AC. Los mismos estudiosos sitúan a Moisés entre el 1300 y el 1250
AC. Sin embargo, cuando rastreamos las generaciones tal y como aparecen
listadas en la Biblia, ¡solamente encontramos siete generaciones entre ambas
figuras patriarcales! Cuatrocientos años es demasiado para tan solo siete
generaciones. Considerando entre 35 y 40 años para cada generación, eso
colocaría a Abraham alrededor del 1550 AC y a Moisés alrededor del 1300 AC.
Esto obviamente significa que hay varios cientos de años de los que no se da
cuenta alguna dentro del texto. Remontándonos hasta la figura de Noé, y
utilizando la misma lista de generaciones suministrada por la Biblia, llegamos
a una fecha entre el 2000 y el 1900 AC: la época aproximada del arribo de los
Indoeuropeos al Cercano Oriente. Los registros geológicos y arqueológicos no
dan cuenta de ningún cataclismo en esa época, pero en cambio sí hay evidencias
de lo que se podría denominar como una discontinuidad global de orden
cataclísmica hace alrededor de 12,000. Así que tenemos en este caso un faltante
de alrededor de 8000 años, días más o menos.
En un sentido más general, el utilizar la Biblia como una fuente histórica
de información presenta una serie de problemas insuperables, en particular
cuando se considera el factor “mitificación”. Hay muchas contradicciones en el
texto que no es posible reconciliar por ninguna suerte de contorsionismo
teológico o mental. En ciertos lugares se describe la ocurrencia de eventos en
cierto orden, mientras que en otros se indica que ocurrieron en un orden
diferente. En un lugar la Biblia dice que había dos de algo, y más adelante
dice que eran 14. En una página la Biblia dice que los Moabitas hicieron algo,
y unas cuantas páginas más adelante dice que los Midianitas hicieron
exactamente lo mismo. Hay incluso una instancia en la se describe a Moisés
visitando el Tabernáculo, ¡antes de que este hubiera sido construido! (y a
menos de que Moisés pudiera viajar en el tiempo, no se concibe cómo podría
suceder tal cosa).
Hay otros detalles en el Pentateuco que suponen problemas adicionales: se
indican ciertas cosas que es imposible que Moisés haya podido saber si hubiera
vivido cuando se dice que lo hizo. Hay un caso particular en el que Moisés dice
algo que no pudo haber dicho: el texto relata su misma muerte, y esto es
altamente improbable que haya podido ser relatado por Moisés. ¡El texto también
afirma que Moisés era el hombre más humilde sobre la faz de la Tierra!
La Inquisición se hizo cargo de lidiar con todos estos problemas durante
buena parte de los últimos dos mil años, y de una manera similar también se
encargó de los Cátaros y de cualquier otro grupo de individuos que no aceptara
la versión oficial de las cosas promulgada por el establecimiento
judeo-cristiano.
Para los judíos, las contradicciones no eran tales, sino solamente
“aparentes contradicciones”, ¡y todas susceptibles de ser explicadas por vía de
la “interpretación”! (Yo podría añadir que estas interpretaciones eran
usualmente más fantásticas que los mismos problemas). Moisés era capaz de
“saber cosas que no debería haber sabido” porque él era un profeta. Los
comentaristas bíblicos medievales, tales como Rashi y Nacmánides, eran
sumamente duchos en reconciliar lo irreconciliable. En el siglo 11 Isaac ibn Yashush, un médico de la corte morisca española y
auténtico revoltoso por naturaleza, mencionó el hecho embarazoso de que la
lista de reyes edomitas que aparece en Génesis 36 incluye algunos reyes que
vivieron mucho tiempo después de que Moisés había muerto. Ibn Yashush sugirió
lo obvio, que la lista debía haber sido compilada por alguien que vivió en
fecha posterior a Moisés. Desde entonces se le conoció como “Isaac el
Desatinado”.
El tipo que inmortalizó al listo de Isaac con tal apelativo fue Abraham ibn
Ezra, un rabino de la España del siglo 12. Pero Ibn Ezra nos enfrenta con una
paradoja, porque él también escribió acerca de los problemas que existen con el
texto de la Torah. Alude a numerosos pasajes que no parecen ser obra de la mano
de Moisés puesto que se refieren a este en tercera persona, emplean términos
que Moisés no podía conocer, describen lugares en los que Moisés nunca estuvo,
y utilizan un lenguaje que pertenecen a una época y un ambiente totalmente
ajenos a los de Moisés. De manera bastante misteriosa, escribió: “Aquel que entiende reconocerá la verdad.
Aquel que entiende guardará silencio”. Así que, ¿porqué llamó a Ibn Yashush el “desatinado”? Obviamente porque
este tenía que abrir su bocota y revelar el secreto de que la Torah no era lo
que se suponía, y una vez que se supiera la verdad, muchos seguidores del
negocio del misticismo judío perderían interés en el mismo. Y el mantener el
interés de los estudiantes y buscadores de poderes era un gran negocio en
aquella época. Más aún, quisiéramos señalar que todo el mito del Cristianismo dependía de la validez del judaísmo puesto que se trataba de su “Nueva Alianza”, y aun si había un aparente
conflicto entre judíos y cristianos, los
cristianos desesperadamente necesitaban validar al judaísmo y a su argumento de
que se trataba de la revelación del Dios Único al “pueblo escogido”.
Después de todo, era sobre esta base que se afirmaba que Jesús era el hijo de
Dios. En resumidas cuentas, se podría decir que el cristianismo creó al
judaísmo, en el sentido de que este último se habría desvanecido en el olvido
de no haber recibido un infusión de energía que lo validó durante la época del
Oscurantismo.
En el Damasco del siglo 14, un estudioso de nombre Bonfils escribió una
obra en la cual decía: “Y ello constituye
evidencia de que este verso de la Torah fue escrito en época posterior, y
ciertamente no por mano de Moisés”. Ni siquiera estaba negando el carácter
de “revelación” de la Torah, sino meramente haciendo un comentario razonable.
Trescientos años más tarde se reimprimió su obra pero en esta ocasión
eliminando dicho comentario.
En el siglo 15, Tostatus, Obispo de Ávila, también afirmó que Moisés no
pudo haber escrito los pasajes que se refieren a la muerte de Moisés, pero en
un intento por suavizar el golpe se apresuró a añadir que había una “antigua
tradición” que afirmaba que Josué, el sucesor de Moisés, era el autor de esa
parte del relato. Cien años después, Luther Castaldt comentaba que tal cosa
resultaba difícil de creer, habida cuenta de que el relato de la muerte de Moisés
estaba escrito en un estilo idéntico al
del texto que le precedía.
Bueno, por supuesto que todas estas cosas comenzaron a ser examinadas de
una manera más crítica con el advenimiento del Protestantismo a la escena
religiosa y con la creciente demanda de una mayor disponibilidad del texto
mismo. La Inquisición y otras “majestades católicas” intentaron sin éxito
mantener el asunto bajo control. Pero los efectos de las creencias son muy
curiosos. En este caso, con el incremento del alfabetismo y la disponibilidad
de nuevas y mejores traducciones del texto, el “examen crítico” llevó a la
decisión de que el problema era solucionable afirmando que efectivamente Moisés
escribió la Torah, pero que sucesivos editores posteriores habían agregado una
que otra frase de su propia cosecha.
¡Uf! ¡Esa había estado cerca!, pero al final salieron bien parados.
Un detalle en extremo curioso es que la Iglesia incluyó en su lista negra a
uno de los proponentes de la idea de las inserciones editoriales, mismo que
solamente intentaba preservar el carácter de textus receptus de la Biblia. ¡Sus obras se colocaron en la lista
de “libros prohibidos”! Tal parece que algunas personas no pueden evitar
dispararse contra su propio pie.
Bueno, finalmente, y después de cientos de años de darle enormes rodeos al
asunto, algunos estudiosos se armaron de valor y abiertamente sostuvieron que
Moisés no escribió la mayor parte del Pentateuco. El primero en afirmar tal
cosa fue Thomas Hobbes. Señaló que el texto algunas veces asegura que tal o cual
cosa ha perdurado tal como se afirma y hasta
nuestros días. El problema con ello es que ningún escritor que estuviera
describiendo una situación contemporánea la describiría como algo que ha
perdurado por mucho tiempo y “hasta nuestros días”.
Isaac de la Peyrère, un calvinista francés, anotaba que el primer verso del
Deuteronomio dice: “Estas son las
palabras que Moisés habló a los hijos de Israel al otro lado del Jordán...”.
El problema es que estas palabras se refieren a alguien que se encontraba en el otro lado del Jordán con
respecto al escritor mismo, o lo que es lo mismo, a alguien que está al
OESTE del Jordán al momento de escribirse, y describen lo que ha dicho Moisés a
los hijos de Israel al ESTE del Jordán.
Y el asunto se agrava aún más por cuanto se supone que, durante su vida,
¡Moisés mismo nunca estuvo en Israel!
El libro de de la Peyrère fue prohibido y quemado. Él fue arrestado y se le
dijo que las condiciones para su liberación eran la conversión al catolicismo y
la retractación de todo cuanto había escrito. Aparentemente decidió que la
discreción era la mejor aliada del valor. Considerando la frecuencia con que
ocurrían estas cosas, uno no puede menos que preguntarse acerca de la
“santidad” de un texto que debe ser preservado bajo amenaza de tortura y
derramamiento de sangre.
No mucho tiempo después de esto, el famoso filósofo Baruch Spinoza publicó
lo que se convertiría en un análisis crítico altamente controversial. Declaraba
que los pasajes problemáticos de la Biblia no eran casos aislados que podían
ser justificados echando mano a la explicación de las “inserciones
editoriales”, sino que constituían evidencia bastante extendida de un relato en
tercera persona. Señaló además que el texto en Deuteronomio 34 dice: “No volvió a haber en Israel un profeta de la
talla de Moisés...” Spinoza sugirió, con bastante razón, que estas eran las
palabras de alguien que había vivido mucho tiempo después de Moisés y había
tenido la oportunidad de hacer amplias comparaciones. Otro comentarista dice
que esas ciertamente no suenan como las palabras del “hombre más humilde sobre
la faz de la Tierra”.
[iv]
Spinoza no parece haber tenido demasiada aversión hacia la idea de
arriesgar su cuello, porque escribió: “Está más claro que el sol de mediodía
que el Pentateuco no fue escrito por Moisés sino por alguien que vivió mucho
tiempo después que él.”
[v]
Spinoza ya había sido
excomulgado del judaísmo y ahora se encontraba en ascuas con católicos y
protestantes. Como es natural, su libro fue rápidamente colocado en la lista de
“libros prohibidos”, y fue objeto de una verdadera avalancha de edictos en su
contra. Más interesante aún es el hecho de que incluso se le trató de asesinar.
Ciertas personas llegarían a cualquier extremo con tal de preservar su derecho
de creer en mentiras. Richard Simon, antiguo protestante y convertido en sacerdote católico, se
dio a la tarea de refutar las aseveraciones de Spinoza y escribió un libro en
el que afirma que Moisés escribió toda la parte medular del Pentateuco, a la
que luego se le insertaron “algunas adiciones”. No obstante, estas adiciones
fueron claramente realizadas por parte de escribanos que estaban bajo la guía de Dios o del Espíritu Santo, así que está
bien que hayan recopilado, arreglado y expandido el texto original ya que Dios
siempre estuvo a cargo del asunto.
Y uno pensaría que la Iglesia estaría satisfecha de salir relativamente
bien parada de un embrollo, ¡pero no! Simon fue objeto de ataques y terminó
expulsado de su orden por injerencia de sus propios correligionarios. Los
protestantes, por su parte, escribieron cuarenta refutaciones de su obra, y
solo seis copias de su libro consiguieron escapar a la hoguera. John Hampden
tradujo una de estas, solo para meterse también en serios problemas, pero “en
1688 terminó por retractarse de las opiniones que había compartido con Simon
[...], de seguro justo antes de ser liberado de la Torre”
[vi]
En el siglo 18, tres académicos no relacionados estaban estudiando el
asunto de los “duplicados”, o historias que se recuentan en la Biblia en más de
una ocasión. Hay dos diferentes historias acerca de la creación del mundo; dos
historias acerca del pacto entre Dios y Abraham; dos historias de acerca de la
designación del nombre de Isaac, hijo de Abraham; dos historias de la
declaración de Abraham, en presencia de un rey extranjero, de que su esposa era
su hermana; dos historias del viaje a Mesopotamia de Jacob, hijo de Isaac; dos
historias de la revelación de Jacob en Beth-El; dos historias de cómo Dios
cambió el nombre de Jacob a Israel; dos historias de cómo Moisés obtuvo agua de
una roca en Meribah, etc., etc.
Aquellos que sencillamente no podían renunciar a su creencia a priori en el postulado de que Moisés
escribió el Pentateuco, intentaron justificar los “duplicados” diciendo que
siempre eran complementarios, no repetitivos ni contradictorios. En algunas
ocasiones trataron de estirar aun más esta idea afirmando que los “duplicados”
estaban allí para “enseñarnos” algo a través de unas contradicciones que en
realidad no eran tales.
Esta explicación, no obstante, no conseguía salir bien parada a la luz de
otro hecho: que en la mayoría de los casos, una de las versiones de un
duplicado se referían a la deidad mediante su nombre divino, Yahveh, mientras
que la otra se refería a la deidad simplemente como “Dios” o como “El”. Lo que
esto significa es que había dos grupos paralelos de versiones de las mismas
historias, y que cada grupo casi siempre era consistente en cuanto al nombre de
la deidad que utilizaba. No solo eso, sino que además había una serie de
términos y características que aparecían en forma regular en uno u otro grupo
de versiones, y lo que se demostraba con ello era que alguien había tomado dos antiguas fuentes documentales y había
realizado un trabajo de corte y pegado para formar una narrativa “continua”.
Como es obvio, al principio se pensó que una de las dos fuentes había sido
utilizada por Moisés para la historia de la creación mientras que el resto
venía de puño y letra del propio Moisés (!). Pero se terminó por concluir que
ambas fuentes correspondían a escritores que habían vivido DESPUÉS de Moisés. Así que sucesivamente y por
etapas, la autoría del Pentateuco atribuida a Moisés estaba siendo casi por
completo descalificada.
La idea de Simon de que los escribas habían recopilado, arreglado y
expandido un textus receptus era la
que, a fin de cuentas, iba en la dirección correcta.
Quisiera señalar que todo esto sucedía no porque a alguien se le hubiese
ocurrido desprestigiar a la Biblia, sino porque los problemas señalados eran
evidentes y notorios, y cada uno de los investigadores que ha trabajado en este
asunto a lo largo de los siglos lo ha hecho procurando, con absoluta
determinación, preservar el estatus de textus
receptus de la Biblia. La única excepción en toda esta cadena de eventos es
el caso de Abraham ibn Ezra, aquel tipo
bastante particular que en el siglo 12 SABÍA de los problemas con el texto de la Torah y requirió de los demás
guardar absoluto silencio al respecto. ¿Recuerdan lo que dijo? “Aquel que entiende reconocerá la verdad.
Aquel que entiende guardará silencio”. ¿Y qué es lo que hemos visto como
consecuencia de este silencio? Cerca de ochocientos años de Cruzadas,
Inquisición, represión general y, en nuestra época presente, guerras entre
israelíes y palestinos a raíz del alegato de que Israel es la “Tierra
Prometida” y que como tal, pertenece a los judíos, lo cual nos trae a otra
información desconcertante.
El gran académico judío Rashi de Troyes (1040-1105), hizo la
sorprendentemente franca declaración de que la narrativa del Génesis,
remontándose a la creación misma del mundo, fue
escrita para justificar lo que hoy en día llamaríamos un genocidio. El Dios
de Israel, que diera a su pueblo la “Tierra Prometida”, debía tener una
supremacía inequívoca para que ni los desposeídos cananitas ni ningún otro
grupo pudiera apelar sus decretos.
[vii]
Las palabras
exactas de Rashi fueron que Dios enunció la historia de la creación y la
incluyó en la Torah “para decir a su
pueblo lo que podían responder a todos aquellos que declarasen que los judíos
robaron la tierra de manos de sus habitantes originales. La respuesta debía
ser: Dios la hizo y se la dio a ellos, pero luego se las arrebató y la entregó
a nosotros. Puesto que él la creó y es de su propiedad, él puede darla a quien le
plazca.”
El hecho es que los judíos todavía dicen eso mismo, con el apoyo de muchos
Cristianos Fundamentalistas cuyas creencias son abiertamente esposadas por
George Bush y allegados, todos de supuesta filiación cristiana, pero con
motivos imperialistas y económicos propios.
Esto nos lleva a otro punto interesante: el establecimiento de un “dios
único” y con indiscutible superioridad sobre cualquier otro, es un acto de
violencia, cualquiera que sea el punto de vista desde el cual se le mire. En La Maldición de Caín Regina Schwartz
escribe acerca de la relación existente entre el Monoteísmo y la Violencia,
argumentando que el monoteísmo es la raíz
misma de la violencia:
La Identidad Colectiva, que es el resultado del pacto del
Monoteísmo, se describe de manera explícita en la Biblia como una invención,
como una radical ruptura con la
Naturaleza. Un dios trascendente irrumpe en la historia exigiendo del
pueblo que él mismo ha constituido,
obediencia a la ley que él mismo ha instituido; y primero y más importante
entre todos los postulados de esa ley, obviamente, está el de jurar fidelidad a él y solo a él, bajo
el pretexto de que esto es lo que los constituye en un pueblo unificado y
diferente de cualquier otro, creando de esa forma la idea de “el otro”, que incluye
a todos los demás, y desencadenando la violencia. En el Antiguo Testamento, un
vasto número de “otros” pueblos resultan aniquilados, mientras que en el Nuevo
Testamento otros tantos resultan colonizados y convertidos en nombre de dicho
pacto.
[viii]
Schwartz también escribe acerca del carácter “provisional” del pacto: este es condicional. “Creed en mí y
obedecedme, o yo os aniquilaré”. No parece dejar otra opción, ¿verdad? Nos
encontramos cara a cara con una pura y simple Teofanía Nazi.
En el siglo 19, varios estudiosos bíblicos se percataron de que no solo
había dos fuentes en el Pentateuco, sino de hecho cuatro. Ellos cayeron en la cuenta de que en los primeros cuatro
libros no solamente había “duplicados”, sino inclusive “triplicados”, que
convergían en cuanto a una serie de características y contradicciones que
condujeron a la identificación de otra fuente más. Luego se vio que el Deuteronomio correspondía por completo a
otra fuente. Entonces no solamente se estaba lidiando con el problema de
cuáles eran los documentos de la fuente original, sino también con el problema
de la injerencia del “misterioso editor”.
Así pues, luego de años de sufrimiento, derramamiento de sangre y numerosas
muertes a causa del asunto, resultó evidente que alguien había creado lo que
los occidentales conocen como el Antiguo Testamento a partir de cuatro fuentes
documentales diferentes, en un intento por crear una historia “continua”
designada en diversas épocas como la Torah, a la que posteriormente se le
agregó una serie de documentos “editados”. Luego de mucho análisis posterior se
concluyó que la mayoría de las leyes y gran parte de la narrativa del
Pentateuco ni siquiera proceden de la época de Moisés, lo cual significaba que del todo no podían haber sido escritas por Moisés. Más aún,
la escritura de las diferentes fuentes ni siquiera correspondía a la obra de
individuos que hubieran vivido en los días de los reyes y los profetas, sino
que evidentemente eran obra de escritores que vivieron hacia el final del
período bíblico.
Muchos académicos sencillamente no pudieron soportar los resultados de sus
propias investigaciones. Un erudito alemán que identificó la fuente del
Deuteronomio exclamó que esa nueva visión de las cosas “asentaba los comienzos de la historia hebrea no ya sobre las grandes
creaciones de Moisés, sino sobre una nube de inconsistencias”. Otros
estudiosos se dieron cuenta de que lo que ello significaba era que la imagen de
la Israel bíblica gobernada por leyes basadas en los pactos de Abraham y
Moisés, era completamente falsa. No tengo duda de que tal estado de cosas debe
haber contribuido a más de un suicidio, y lo cierto es que llevó a un buen
número de individuos a abandonar el campo de la Teología y a desistir de toda
labor de criticismo textual.
Otra manera de poner todas esas conclusiones es que la Biblia ha estado
proclamando una historia de los primeros 600 años de Israel que probablemente
nunca existió: todo ha sido una mentira.
[ix]
Bueno, esto difícilmente se podía tolerar. Luego de tantos años de
acondicionamiento de la gente para creer en el “Fin del Mundo” y de presentar a
Jehová o a Cristo en el papel de salvadores de los escogidos durante este
terrible evento, la mera sugerencia de que bien
podría no haber ningún “salvador” y el terror de la condición humana que
todo ello evocaría, sencillamente eran demasiado. Entonces apareció la
caballería al rescate en la persona de Julius Wellhausen (1844-1918).
Wellhausen sintetizó todos los descubrimientos con la intención de preservar los sistemas de creencias de los
académicos de orientación religiosa. Hizo una amalgama entre la visión de
que la religión de Israel se había desarrollado en tres etapas y la visión de
que los documentos también habían sido escritos en tres etapas, y luego
procedió a definir estas “etapas” con base en el contenido de cada una. Rastreó
las características de cada etapa, examinando la forma en que los diferentes
documentos presentaban la religión, el clero, los sacrificios y los lugares de
adoración, así como las diferentes festividades religiosas. Consideró las
secciones narrativas y legales, así como los otros libros de la Biblia, y al
final suministró un “marco plausible” para el desarrollo de la religión e
historia judías. La primera etapa era el período “naturaleza/fertilidad”; la segunda
era el período “espiritual/ético”, y la última era el período
“sacerdotal/legal”. Como apunta Friedman: “Hasta
la fecha, si uno está en desacuerdo, está en desacuerdo con Wellhausen. Si uno
quiere proponer un nuevo modelo, debe comparar sus méritos con los del modelo
de Wellhausen.”
[x]
En este punto también quisiera hacer notar que a pesar de que Wellhausen
estaba tratando de salvar el pellejo tanto del judaísmo como del cristianismo,
durante su época ese esfuerzo no fue apreciado. William Robertson Smith,
profesor del Antiguo Testamento que enseñó en el Colegio de la Iglesia Libre de
Escocia en Aberdeen, y que fuera el editor de la Enciclopedia Británica, fue llevado a juicio por la Iglesia bajo
cargo de herejía por promover el trabajo de Wellhausen. Resultó absuelto, pero
la etiqueta de “el malvado obispo” le quedó prendida por el resto de sus días.
No obstante, el análisis de la Biblia continuó. Tradicionalmente se
consideró que el libro de Isaías fue escrito por el profeta Isaías en el siglo
octavo AC, y la mayor parte de la primera mitad del libro ciertamente calza con
ese modelo, pero los capítulos 44 hasta el 66 aparentemente fueron escritos por
otra persona diferente que debe haber vivido unos 200 años más tarde. Esto
significa que su valor profético es cuestionable, ya que fue escrito después de los hechos mismos.
Nuevas herramientas y métodos de la época moderna han posibilitado la
realización de un trabajo realmente admirable en las áreas del análisis
lingüístico y la cronología del material. Adicionalmente, ha habido una febril
actividad arqueológica desde la época de Wellhausen, que ha producido enorme
cantidad de información acerca de Egipto, Mesopotamia, y otras regiones
aledañas a Israel. Esta información proviene de tabletas de arcilla, inscripciones
en las paredes de las tumbas, templos y habitaciones, e incluso papiros. Aquí
nos topamos con otro problema: en ninguna de las fuentes recopiladas, sean
estas egipcias o del Asia Occidental, existe referencia alguna a Israel, su
“famoso pueblo”, sus fundadores, sus conexiones bíblicas, ni cosa similar, con anterioridad al siglo 12 AC. Y el
hecho es que incluso por 400 años después, no
es posible deducir más de media docena de alusiones, que además resultan
cuestionables en su contexto. Aun así, los judíos ortodoxos fundamentalistas se
aferran a este puñado de referencias como quien está a punto de ahogarse y
lucha por asir briznas de paja. Curiosamente, los Cristianos Fundamentalistas
vuelven deliberadamente la vista lejos del asunto como si se vieran conminados
por el virtual undécimo mandamiento de “No harás preguntas”.
El problema de la falta de validación externa para la existencia de Israel
como nación soberana en al área de Palestina tiene una correspondencia dentro
de la Biblia misma. La Biblia no acusa conocimiento alguno de la existencia de
Egipto o del Levante durante el segundo milenio AC. Tampoco dice nada acerca de
la expansión del imperio egipcio sobre la totalidad del Mediterráneo oriental
(como de hecho sucedió); no hay mención de la marcha de los grandes ejércitos
egipcios ni de las oleadas de Hititas que se movían para enfrentarse a los
egipcios; de manera especial, hay ausencia de cualquier mención a los
reyezuelos egipcianizados que gobernaban las ciudades cananitas, todos los cuales
constituyen hechos históricos indiscutibles.
La gran y desastrosa invasión de los Pueblos Marinos durante el segundo
milenio tampoco tiene mención alguna dentro de la Biblia. De hecho el Génesis
describió a los filisteos como un pueblo ya
establecido en la tierra de Canaán durante la época de Abraham (!).
Los nombres de los grandes reyes egipcios están por completo ausentes de la
Biblia. En cambio sí encontramos figuras históricas que no tuvieron ningún
carácter heroico, transformadas dentro de la Biblia en grandes héroes, como es
el caso del hicso Sheshy (Num. 13:22). En otro caso se le da erróneamente el
sobrenombre de Rameses II a un general cananita. El rey egipcio que se supone
asistió a Oseas en Reyes 2 (17:4) “sufrió la indignidad” de recibir como nombre
propio más bien el de su ciudad. ¡El Faraón Shabtaka aparece en el Cuadro de
Naciones de Génesis 10:7 como una tribu nubia!
Los errores relativos a hechos históricos y a detalles arqueológicos
confirmados van formando una pila cada vez más grande conforme uno estudia un
poco acerca de la época y los lugares históricos, de tal manera que la idea que
se viene a la mente es que los escritores
de la Biblia deben haber vivido durante los siglos 7 y 6 AC, o inclusive
después, y no sabían prácticamente nada de los eventos que habían tenido
lugar unas cuantas generaciones atrás. Donald B. Redford, profesor de Estudios
del Cercano Oriente en la Universidad de Toronto, tiene extensas publicaciones
acerca de arqueología y egiptología. En cuanto al uso de la Biblia como fuente
de información histórica, escribe:
El enfoque académico estándar de la historia de Israel
durante el Reino Unificado, no representa a otra cosa más que a un serio ataque de anhelación compulsiva de
tipo académico. Tenemos todas esas gloriosas narraciones en los libros de
Samuel y Reyes 1, magníficamente escritas y ostensiblemente ciertas. Es una
lástima que un riguroso examen histórico nos obligue a descartarlas y
prescindir totalmente de ellas. Aun así, echemos mano de ellas –porque, ¿qué
otra cosa nos queda?– y dejemos a otros la tarea de probar su grado de
veracidad. […]
Si bien no sería cauto imputar aquí motivos
cripto-fundamentalistas, la actual moda de tomar estas fuentes literalmente y
como si fueran documentos en buena parte escritos en la corte de Salomón,
proviene de un mal orientado deseo de
rehabilitar la fe y sustentarla sobre cualquier argumento, sin importar qué
tan falaz sea. […]
Tal ignorancia es desconcertante cuando uno se ha dejado
impresionar por las proclamas acerca de la infalibilidad de la Biblia hechas
por los sectores conservadores de la Cristiandad. Y es un hecho que el Pentateuco y otros libros históricos
presentan, con sobrada audacia, una cronología precisa que hace discurrir la
narrativa bíblica a través del período mismo en el que la ignorancia y las
discrepancias prueban ser aun más embarazosas. […]
Tal manipulación de la evidencia huele a prestidigitación
y numerología, no obstante lo cual ha producido los endebles cimientos sobre
los que se ha escrito un número lamentable de “historias” de Israel. La mayoría
se caracteriza por una ingenua aceptación literal de las fuentes, acompañada
por una incapacidad para evaluar el grado de confiabilidad y el origen de las
evidencias. El resultado es la reducción de toda la información a un nivel
común donde se convierte en grano para
una amplia variedad de molinos.
Los académicos han invertido una cantidad sustancial de
esfuerzos en preguntas cuya validez ni siquiera se han molestado en probar.
¿Bajo cuál dinastía fue que José ascendió al poder? ¿Quién era el faraón
durante la época de la Opresión? ¿Durante el Éxodo? ¿Podemos identificar a la
princesa que sacó a Moisés de las aguas del río? ¿Por qué parte de Egipto
huyeron los israelitas: por el Wady Tumilat o por algún punto más hacia el
norte?
Se puede ver la futilidad de tales cuestiones cuando se
hacen preguntas similares acerca de las historias Arturianas sin antes haber
sometido el texto a una evaluación crítica. ¿Quiénes eran los cónsules de Roma
cuando Arturo sacó la espada de la piedra? ¿Adónde nació Merlín?
¿Podemos realmente imaginar a un historiador clásico
preguntándose acerca de si Iarbas fue el responsable del suicidio de Dido o si
por el contrario fue Eneas, o por qué lugar exacto fue que Remo saltó el muro,
o qué fue lo que le pasó a Rómulo durante la tormenta, o cosas similares?
En ninguno de estos casos imaginarios se ha comenzado por
evaluar el grado de historicidad del material que dio pie a las preguntas. Todo
académico que exima a cualquiera de sus fuentes de ser sometida a una
evaluación crítica, corre el riesgo de invalidar algunas o todas sus
conclusiones. […]
A menudo sucede que, dentro de este contexto, el término
“bíblico” tiene el efecto limitante sobre la rigurosidad del trabajo académico
de implicar la validez del estudio de la cultura e historia hebreas como cosas
aisladas, cuando lo que se requiere es una visión del antiguo Israel que esté
enmarcada dentro de su verdadero contexto del Cercano Oriente, una que ni
exagere ni denigre el verdadero lugar de Israel dentro de ese entorno.
[xi]
Ruego prestar especial atención al comentario de Redford: “Todo académico
que exima a cualquiera de sus fuentes de ser sometida a una evaluación crítica,
corre el riesgo de invalidar algunas o todas sus conclusiones”. La seriedad de
esta afirmación no puede ser sobre-enfatizada. Es bien sabido que la gente ha
muerto por millones a causa de este libro llamado La Biblia y por las creencias
de todos aquellos que lo estudian. Y también en el presente continúa la gente muriendo
en cantidades alarmantes por las mismas razones.
Después de todo, si aquellos que leen o analizan este libro y esposan
creencias particulares basadas en su contenido, resultan estar equivocados, y
luego tratan de imponer estas creencias sobre millones de otras personas que a
su vez se ven influenciadas por ello para crear una cultura y una realidad
basadas en una falsa creencia, cabe preguntarse: “En nombre de Dios, ¿qué es lo
que está pasando?”
El problema de utilizar la Biblia como texto de historia es la ausencia de
fuentes secundarias. Hay un enorme volumen de material anterior al siglo 10 AD
en varias bibliotecas antiguas, “grano para el molino del historiador”, pero
estas fuentes parecen quedarse casi por completo mudas al llegar al término de la
20ava dinastía egipcia. Así que la Biblia, como prácticamente la única fuente
que declara cubrir este período en particular, se vuelve muy seductora: no
importa que los descubrimientos de la arqueología no “calcen” con sus
declaraciones, o que solo puedan hacerse calzar con la ayuda de una buena dosis
de infundadas presuposiciones, o mediante el cierre deliberado de la mente a
cualquier otra posibilidad.
Pero, ¿podría haber una RAZÓN para explicar este silencio de las otras
fuentes? Esa es una buena pregunta acerca de la realidad de las cosas.
Toda persona que utilice la Biblia como historia se verá forzada, una vez
se saque toda emoción fuera de la ecuación, a admitir que no tiene medios para
verificar la veracidad histórica de los textos bíblicos. Como anotara Donald
Redford más arriba, incluso los académicos que admiten, cuando se ven
presionados a hacerlo, que un riguroso examen histórico los fuerza a descartar
las narrativas bíblicas, de todas maneras
las utilizan diciendo “¿qué otra cosa nos queda?”
De nuevo pregunto: ¿Porqué?
Sabemos que en épocas antiguas los muchos libros que presentaban a la
Biblia como rigurosamente histórica fueron inspirados por la motivación
fundamentalista de confirmar la “preeminencia moral” de la Civilización
Occidental. En el presente este factor pesa menos en los Estudios Bíblicos, y
sin embargo existe todavía la tendencia a considerar tales fuentes de manera
literal por parte de individuos que se pensaría son capaces de un mayor
discernimiento.
Podría ahondar todavía más en este asunto, pero creo que el lector ya tiene
una idea de lo que estoy hablando, aun si pudiera no estar de acuerdo. Pero el
punto es, de nuevo, “¿Quién escribió la Biblia y PORQUÉ?”
Retornemos por un momento a la curiosa afirmación de Rashi de que la narrativa
del Génesis fue escrita para justificar
lo que hoy en día llamaríamos un genocidio. Si aunamos a esto la
implicación del libro de Umberto Eco, La
Búsqueda del Lenguaje Perfecto, de que la validación de la Biblia hebrea
fue apoyada por los primeros académicos cristianos como una manera de legitimar
al judaísmo, cosa que era indispensable con vistas a legitimar al cristianismo
como la “única y verdadera religión”, entonces comenzamos a tener la incómoda
sensación de que se nos “ha tomado el pelo”. Lo que esto implica es que los
cristianos existen para que los “derechos” de los judíos, aquellos inapelables
decretos de Jehová/Yahvé, puedan ser heredados por la Iglesia Cristiana, ¡según
fuera instituida por Constantino por razones evidentemente políticas! No
obstante, por el acto mismo de legitimar el judaísmo y “crear” el cristianismo
como una versión actualizada de la religión egipcia, el mundo occidental, en su
inmensa codicia de poder, podría haber tomado a un tigre por la cola.
Durante el mismo período en el cual
aparece el Nuevo Testamento (resultado de la incorporación de algunos textos
antiguos extensamente editados y, en su mayoría, insertados a través de
múltiples instancias de “corte y pegado”), encontramos al mundo occidental
sumido en una edad oscurantista de la cual son pocas las fuentes secundarias
que sobrevivieron.
¿No es eso un tanto extraño? El Antiguo Testamento está escrito acerca de
una Edad Oscurantista, solo que unos cuantos centenares de años después, y el
Nuevo Testamento está escrito acerca de una Edad Oscurantista, también unos
cuantos centenares de años después. Ambos incorporan algunas historias
probablemente válidas pero extensamente editadas, cortadas y pegadas,
revestidas de una gruesa pátina idiosincrática y con numerosas interpolaciones
concebidas desde la perspectiva de una
clara y definitiva agenda “política”.
¿Acaso vemos un patrón detrás de todo esto? ¿Podría haber una razón?
A fin de cuentas lo que observamos es la imposición, sobre la mayor parte
del planeta, de un sistema monoteísta
draconiano. Es la fuente de la cual se han extraído casi todos los aspectos
de nuestra presente sociedad. Ha sido la justificación de los baños de sangre
más cruentos de que da cuenta la historia “escrita”. ¿Podría haber una razón
detrás de todo esto? Con esas consideraciones en mente, uno podría pensar que
el conocimiento de la certeza de quién escribió la Biblia y cuándo se escribió,
debería ser considerado crucial para cualquiera que aspire a estar mejor
equipado para la toma de decisiones relativas a asuntos de fe y de creencias de
las cuales podría depender cada aspecto
de su vida.
Como ya hemos descubierto, lo que comenzó como una búsqueda de respuestas
acerca de los contradictorios y desconcertantes pasajes del Pentateuco llevó a
la idea de que Moisés no fue su autor. Esto a su vez llevó al descubrimiento de
que muchas y divergentes fuentes fueron combinadas en una sola, y que esto se
ha hecho en épocas diferentes y de maneras diferentes. Cada una de las fuentes
resulta claramente identificable por las características del lenguaje y del
contenido. Nuevos avances en la arqueología y en nuestro nivel de comprensión
del mundo social y político de la época nos han ayudado enormemente a tener un
mejor entendimiento del medio ambiente en el que los documentos fueron creados.
Y es que a fin de cuentas, la historia de la Biblia es la historia de los
judíos.
El Antiguo Testamento es el resultado de la combinación de varias fuentes,
tradicionalmente identificadas por las letras capitales J(Yahvé), E(lohim),
D(euteronomio), S(acerdotal) [esta última en inglés “P”, de “priestly”, o
sacerdotal / N. del T.], sumadas a la
obra del editor final que combinó todas estas y agregó sus propios toques
personales. Con base en cierta evidencia se ha planteado que la versión E fue
escrita por un sacerdote levita que favorecía a la línea Mosaica de sacerdotes
de Shiloh, y que la J fue escrita por uno que favorecía a la línea Aarónica de
sacerdotes de la casa real Davídica de Jerusalén. La conclusión es que ambas
fueron escritas a partir de fuentes orales de mitos y leyendas, mezcladas con
algo de historia, después de la
supuesta separación de los dos reinos, y más tarde recombinadas después de la
conquista Siria durante el reinado de Ezequías. Sin embargo, también resulta
enteramente factible que nunca existiera un reino unificado de Israel en
Palestina, y que más bien estas historias de un gran reino fueran recuerdos
tribales de algo completamente diferente. Se estima que el autor de J vivió
entre el 848 y el 722 AC, y el autor de E entre el 922 y el 722 AC. Así que es
probable que E sea el documento más antiguo y que J represente, o una
perspectiva diferente, o bien una serie de cambios introducidos posteriormente. La historia de la unificación de las tribus de Israel bajo David, seguida
del gran reinado de Salomón y este a su vez seguido por el cisma en el reinado
de Rehoboam, hijo de Salomón, es el tema central de la Biblia. La “esperanza de
Israel” se basa en la idea de la reunificación de Judea e Israel bajo la égida
de un rey davídico. Por supuesto, y para comenzar, todo ello se basa en el
otorgamiento de la tierra a los Hijos de Israel luego de que fueran “conducidos
fuera de Egipto” durante el Éxodo por la mano de Dios. Moisés representa al
líder divinamente inspirado que reveló el dios de los patriarcas a su nación en
la forma de una “Deidad Universal”. ¿Acaso el testimonio de la pala del
arqueólogo confirma la existencia del Éxodo en cualquiera de los dos lados de
la historia?
La historia del Éxodo describe la forma en que una nación esclavizada se
vuelve grande en el exilio y cómo, con la ayuda del Dios Universal, declara su
independencia de la que fuera la más grande de las naciones de la Tierra:
Egipto.
Imágenes poderosas, no hay duda. Tan importante es la historia de la
liberación que un total de cuatro quintas partes de las escrituras principales
de Israel están dedicadas a ella. Pero el hecho es que ni doscientos años de intensas excavaciones y estudios
de los restos del antiguo Egipto y Palestina han conseguido dar apoyo alguno a
la historia del Éxodo en el contexto dentro del cual este es presentado.
[xii]
[i] The Bible Unveiled (“La Biblia Develada”), M.M. Mangasarian, 1911; Chicago: Independent Religious Society
[ii]
Jueves, Noviembre 20, 2003
[iii]
Ver la sección Magazine del St. Petersburg Times del 13
de Febrero del 2000 para un artículo de 20 páginas acerca de mi trabajo como
hipnoterapeuta y exorcista, escrito por Thomas French, ganador del Premio
Pulitzer.
[iv]
Friedman, Richard Elliot, Who Wrote the
Bible (“Quién Escribió la Biblia”);
[v] Citado por Friedman [vi] Ibid. [vii] Ashe, Geoffrey, The Book of Prophecy (“El Libro de las Profecías”); Blandford, Londres 1999, p. 27.
[viii]
Schwartz,
[ix]
A estas alturas, el lector ya
debe haberse dado cuenta de que no se trata estrictamente de una “mentira”,
sino de un relato altamente mitificado elaborado con base en las acciones de
algunos individuos realizadas dentro de cierto contexto histórico. Pero luego
del proceso de mitificación, y de la imposición de la creencia en estos mitos
como si fueran la realidad, y con el paso de un par de miles de años, el tratar
de esclarecer quién es quién, o quién hizo realmente qué, es, en el mejor de
los casos, un asunto problemático.
[x]
Friedman, cit. op., pp. 26-7.
[xi]
Redford, Donald B., Egypt
, Canaan, and Israel in Ancient Times (“Egipto, Canaán e Israel en la Época
Antigua”), Princeton:
Princeton University Press 1992, pp. 301, 258, 260-1, 263. (letra cursiva
nuestra)
Los dueños y editores de estas páginas desean declarar que el material presentado aquí es producto de nuestra investigación y experimentación en la Comunicación Superluminal. A veces nos preguntamos si los Cassiopaeans son quiénes dicen ser, ya que no tomamos nada como una verdad incuestionable. Tomamos todo con pinzas, aún cuando consideramos que hay una buena posibilidad de que sea verdad. Analizamos constantemente este material, además de una gran cantidad de otro material que llega a nuestras manos desde numerosos campos de la ciencia y el misticismo. Francamente, nosotros no sabemos CUÁL es la verdad- pero creemos que está "Allí afuera" y, tal vez, si es posible, podamos encontrar alguna de sus partes. Sí, diremos que nuestras vidas se han visto enriquecidas por este contacto, pero también nos hemos sentido desconcertados y confundidos por algunos elementos que todavía necesitan clarificación. Sí que hemos descubierto muchas cosas, en la manera de "confirmación" y "corroboración" de varios otros campos inclusive científicos e históricos, pero hay también mucho material que, por su naturaleza, no se puede verificar. Así, invitamos al lector a compartir nuestra búsqueda de la Verdad, leyendo con una mente abierta pero escéptica. Nosotros no alentamos las ideas producto del "devotismo" ni de "Verdad Única," pero sí alentamos la búsqueda del Conocimiento y de la Conciencia en todos campos de trabajo como la mejor manera de ser capaces de discernir las mentiras de la verdad. Lo único que podemos decirle al lector es esto: trabajamos muy duramente, durante muchas horas al día, y lo hemos hecho así durante muchos años, para descubrir la razón fundamental de nuestra existencia en la Tierra. Es nuestra vocación, nuestra búsqueda, nuestro trabajo. Buscamos constantemente validar y/o refinar lo que entendemos puede ser posible, probable o ambos. Hacemos esto con la sincera esperanza de que toda la humanidad se beneficiará, si no ahora, tal vez en algún punto de uno de nuestros futuros probables. . Contacte al Webmaster en quantumfuture.net |
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